José María Rojas Lobo

Fiel cristiano laico
* Sevilla, 29 de septiembre de 1910
† Marchena (Sevilla), 25 de julio de 1936
25 años

Nació el 29 de septiembre de 1910 en Sevilla y fue bautizado al día 1 de octubre en la Parroquia de El Sagrario de la misma ciudad. Se le impuso por nombre José María, Miguel, Diego, Ignacio, Juan de María Lourdes, de los Desamparados, de los Sagrados Corazones de Jesús y de María y de la Santísima Trinidad. Sus padres fueron Juan Rojas Marcos, propietario, y María Lobo Vergara; el domicilio familiar, formado por ellos y sus nueve hijos, lo tenían en Marchena donde habían contraído matrimonio en 1908.

Realizó sus estudios en el Colegio San Estanislao de Kostka establecido por los Jesuitas en El Palo (Málaga). Estudio la carrera de Derecho en la Universidad de Sevilla, participando entonces en actos de las Federación de Estudiantes Católicos, completándolos en Deusto (Vizcaya). Dedicado a su preparación profesional carecía de militancia política. El compromiso cristiano consciente y responsable de su familia (su padre, fiel al catolicismo social del momento, procuró viviendas modernas y escuelas para sus obreros, además de hacerles participe de los beneficios empresariales) contribuyó a forjar su espíritu. En el verano de 1936 el joven abogado, que preparaba oposiciones a Registro en Madrid, regresó para pasar las vacaciones junto a su familia.

Durante la Segunda República, además de los problemas derivados de la aplicación de la legislación secularizadora y laicista general, se produjeron algunos intentos de quemar los edificios religiosos en 1932 (Iglesia de San Juan; destrucción de la Capilla Sacramental de la Parroquia de San Sebastián) y 1936 (destrucción de la Iglesia de Santo Domingo el 1 de mayo). El golpe militar del 18 de julio no fue secundado en Marchena. Dos días más tarde, José María Rojas acudió a primera hora a Misa (celebrada a puerta cerrada) con otros miembros de su familia, como era habitual, y al finalizar fue a casa de unos tíos para saludarlos. Una patrulla armada le detuvo entonces y acto seguido le recluyó en el piso superior de la Casa del Pueblo donde había ya tres detenidos, uno de ellos el recadero y sacristán de las Claras Manuel Luque Ramos. Nadie le dio razón de su detención ilegal en dependencias no judiciales, máxime cuando él carecía de militancia política. Ese día se intentó quemar la Parroquia. Las reclamaciones de los familiares a las autoridades no dieron resultado. Mientras el vecindario se movilizaba y pedía ayuda a pueblos del alrededor en los que había triunfado la sublevación militar, a los detenidos se les sentenciaba a ser escudos humanos: serían amarrados a una silla y puestos en mitad de la calle cuando se intentase tomar Marchena.

El enfrentamiento armado se produjo en la mañana del día 21 de julio cuando llegaron fuerzas militares de Écija, y concluyó poco después del mediodía con la huida de los hasta entonces defensores, no sin fuerte resistencia que ocasionaron bajas en ambos contendientes. La improvisada cárcel fue una posición defensiva; a media mañana, al abandonarla precipitadamente por el avance imparable de los militares, efectuaron disparos con reiteración sobre los detenidos ocasionándoles heridas de distinta consideración, sobre todo a Rojas Lobo y Luque Ramos, aunque ambos quedaron conscientes y consiguieron salir vivos a la calle. El primero fue recogido por su padre: en las primeras curas el médico le informó que las heridas no eran graves, salvo que sobreviniese infección (septicemia) que habría de ser tratada en Marchena ante la imposibilidad de trasladarle a Sevilla. Acudió el sacerdote de la comunidad de Mercedarios de Marchena a quien manifestó (también a su familia presente) que perdonaba a sus enemigos añadiendo y, coherente con ello, no referiría el nombre del agresor. A pesar de las atenciones sanitarias sobrevino la infección. Solicitó el Viático que reunió el 24 a gran número y al que se dirigió pidiendo perdón y reclamando que todos perdonasen. En la mañana del 25 entró en coma que recuperó en el momento de expirar: “Murió -anotó el Párroco en el registro de defunción- con la muerte de los justos hablando del Cielo”. Tenía 25 años. Su padre, en ese momento, reclamó de las nuevas autoridades el cumplimiento de la voluntad de su hijo que había perdonado a sus asesinos. El entierro fue multitudinario. Los restos, tras una lápida en la que se hace alusión a su muerte ejemplar, descansan en el panteón de sus abuelos.

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