“La muerte no es nada, sólo he pasado a la habitación de al lado”

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San Agustín nos decía en una oración “la muerte no es nada, sólo he pasado a la habitación de al lado” y “¡si conocierais el don de Dios y lo que es el Cielo!”, entre otras muchas frases con las que habría que quedarse, porque todas son absolutamente ciertas y reconfortantes. Cuando un familiar o un amigo muere, todos caemos en un laberinto sin salida, pero cuando crees en Dios, Él está contigo y tú te dejas caer en sus brazos, sabes que esa persona no podría estar en un lugar mejor. Es simplemente cuestión de fe.

De las innumerables acciones que la Iglesia realiza, la Hermandad de la Santa Caridad se ocupa, entre otras, de algo muy especial: del acompañamiento. Si creíamos que la Iglesia tenía límites, conociendo esta acción tan fundamental comprobaremos que nos equivocamos.

Hacía muchos años los que enfermaban sin estar rodeados de familiares morían en la calle, sin nadie que les acompañara. Enfermedades graves se apoderaban de los más desfavorecidos, tanto económica  como emocionalmente. La Hermandad de la Caridad se ocupaba fundamentalmente del enterramiento de esas personas que morían solas y abandonadas, sin distinguir creencias o ideologías, dándole cristianas sepulturas con la figura importante de Miguel de Mañara, impulsor y motivador de esta acción, aunque también asistían a los que lo necesitaran, los pobres y desamparados que nadie quería tener cuentas de ellos.

Miguel de Mañara va transformando la propia hermandad, porque sabía que los pobres desvalidos y necesitados no solamente necesitaban del acompañamiento, por lo que crea un hospital para darles techo, acogida y tratamiento a los enfermos. Todo esto sale adelante con la ayuda del patrimonio de la propia hermandad, y con la que el propio Miguel de Mañara y los hermanos generaban. Se empieza a priorizar, dándole mucha importancia al tratamiento humano de cada persona: cuando llegaban a su hermandad les daban un plato de comida caliente, una manta y una buena cara.

Miguel de Mañara decía que había que cuidar “el cuerpo, pero también el alma”, que era una obligación el de ofrecer ayuda espiritual, aunque después escupieran o la rechazaran, pero había que intentarlo. Es, una vez más, el intento de ayudar desinteresadamente a los que más lo necesitan, sin importan quiénes sean y de dónde vengan. Porque Dios no seleccionaba según creencias o ideologías. ¿Entonces por qué lo tendríamos que hacer nosotros?

“Cuando un día que Dios ha fijado y conoce, vuestra alma venga a este Cielo en el que os ha precedido la mía, volveréis a ver a aquel que os amaba y que siempre os ama”. Dios tiene un día para cada uno, es su voluntad y así hay que aceptarla, y hasta que llegue ese día hay que intentar obrar con el amor y la paciencia por bandera, sin juzgar y seleccionar. Por estas y muchas más razones, la labor que realiza la Hermandad de la Santa Caridad es increíble, única, especial… ¿No creéis? Poneos en la situación de una persona que se encuentra tirada en la calle y que no tiene a nadie, imaginaos que fuéramos alguno de nosotros ¿no agradeceríais que alguien se ocupara de nosotros, de acompañarnos y asistirnos en nuestro camino hacia Dios? La respuesta parece clara, pero hace falta empatía, ponernos en los zapatos del otro.

La muerte no es el final, porque como dice San Agustín en esta oración tan reconfortante “os espero, no estoy lejos, sólo al otro lado del camino”, un lado del camino en el que Dios nos espera.

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