La oración es la respiración de la fe, lo es también de la esperanza

A continuación ofrecemos una serie de meditaciones semanales tituladas “Cuaderno de vida y oración” a cargo del sacerdote diocesano Carlos Carrasco Schlatter, autor del libro “Las conversaciones que tenemos pendientes”  y “30 día con Dios de vacaciones”

1) Llevar la vida a la oración

¡Qué difícil es quedar con los amigos! Que si uno tiene tal cosa, que si otro tiene tal otra, que si tal y que si cual. Lo cierto es que pasa el tiempo y apenas nos vemos.

Tristemente vamos reduciendo los momentos de amistad a las celebraciones comunes, o a cuasimilagros en que logramos cruzar nuestras agendas. ¿Cuál es el origen de este problema? ¿Es simplemente el egoísmo creciente?

Me temo que, como siempre, la respuesta sencilla es la correcta. Vivimos en la sociedad consumista de las urgencias, donde todo es importante y
urgente, donde nada es aplazaba y todo “es para ayer”. Así aunque quisiéramos surgen constantemente nuevos problemas que requieren
nuestra gestión y con ello se hace imposible contar con poder planificar las cosas.

Pero he aquí que cuando pasa algo, de repente surge el tiempo. ¿Acaso cuando nos ponemos malos el mundo se para porque no hacemos las cosas?
Pues obviamente no se para por nosotros, simplemente en vez de hacer múltiples tareas hacemos pocas. Y es que mientras hace no mucho el día era
provechoso si hacías dos o tres cosas, ahora eso tienes que hacerlo por la mañana solo y si es posible lo haces simplemente desde el móvil. Así, sinceramente, es imposible encontrar tiempo para ver a personas menos habituales. No busques más excusas, ni hagas análisis más sesudos. Si tengo
que hacer mil cosas, es inevitable que algunas no podré hacer.

2) Encuentro con Dios

Gustar y sentir son dos verbos que utilizamos ligados a los sentidos. Sería precioso que aprendiéramos a gustarnos en Dios, a sentirnos en Él. Como
lo sería que nos gustásemos y sintiéramos en los demás. Dicen los médicos y nutricionistas que hemos de aprender a comer más despacio, que no es bueno comer tan ligero. Del mismo modo no es bueno gustar y sentir las cosas sino es aprendiendo a descubrir la enorme riqueza de matices que estas contienen. Comer ha de ser una experiencia no solo un paso necesario para vivir. Si así fuera las comidas serían mucho más sanas y seguramente disfrutaríamos más de las compañías.

Del mismo modo, si la oración fuese gustar cómo Dios está a tu lado, te habla, te mira, te aconseja y te discute. Si gustásemos de la compañía de Dios, si le sintiéramos junto a nosotros. La oración no sería solo una experiencia mental, un ejercicio de reflexión o incluso interiorización. Sería una experiencia amorosa de Dios.

Si cuando estuviéramos con otros no solo escucháramos por las orejas, sino que lo hiciéramos con el corazón. Si al estar cerca de ellos estuviéramos haciendo el esfuerzo de entenderles y así perdonar sus errores y disfrutar con sus aciertos. Si así fuera, estar con otros no sería una obligación, sino
que sería un regalo. Sería gustoso.

Qué precioso sería gustar de la compañía de los demás, y que estos puedan decir de nosotros cuanto les gusta compartir contigo ratos. Para eso
seguramente no vale hablar del tiempo, sino que la auténtica experiencia se basa en hablar de cosas que le importen al otro. De soñar juntos, de vivir y sentir con un mismo corazón el deseo y la esperanza.

¡Qué bonitas serían así las cosas, intentémoslo!

3) A la luz de la Palabra Jn 17, 21-23

“Que todos sean uno”, una de esas frases que ocuparían titulares de prensa si fueran hoy pronunciadas. Un deseo maravilloso que Dios tiene para los
hombres, que seamos uno, como Él es uno con nosotros.

Un deseo sincero y sentido por el que a Jesús le gustaría que todos fuéramos parte del mismo cuerpo. Donde cada uno cumpliera su función, pero donde todos nos gustásemos y sintiésemos parte de un todo mucho más grande. San Ignacio de Loyola en sus ejercicios (final de la 2ª anotación del ejercicio afirma que “no el mucho saber harta y satisface al anima, más el sentir y gustar de las cosas internamente”. Siguiendo su ejemplo, intentemos pararnos un rato, gustar la riqueza que tenemos a nuestro lado.

No somos más pobres porque nuestros amigos no nos respondan o no nos den todo lo que necesitaríamos. Somos más pobres si esperamos de ellos lo que nosotros no estamos dispuestos a dar. Somos más pobres si buscamos fuera la solución cuando esta está en nuestro interior. Somos más pobres si
contamos continuamente cuanto tenemos y no si vivimos en la confianza que trabajando todo lo lograremos. La diferencia entre vivir austero y ser mísero, es que el austero aprende a vivir con lo fundamental, el mísero es que teniendo mucho o poco ni valora ni agradece lo que tiene. Seamos austeros en nuestros gustos y sentidos, seamos ricos en variedad de sabores, seamos íntegros haciendo nuestra la mayor gama de gustos y sentidos. El mundo creerá en la riqueza de Dios, si aprende a desgranar la riqueza del corazón, saboreando cada matiz, cada gesto, cada ilusión. Gustándose en cada momento de amor, sintiendo como propia las riquezas del mundo interior. Amando sencillamente la belleza de compartirnos los dos.

4) Llevar la oración a la vida

Dios nos ha enviado al mundo, nos lo ha dado con toda la enorme variedad de colores y sabores. Este mundo globalizado ha aprendido a mostrarnos
las riquezas provenientes de los rincones más alejados del mundo. Y ha aprendido también a construir productos que sencillamente entran por los
ojos pero no por el corazón.

Dicen que los buenos cantantes no respiran por la nariz sino por el estómago, seguramente nosotros deberíamos aprender a respirar por el
estómago también. Tener así un gusto interior por estos ratos junto a Dios.

Por esos otros ratos junto a los demás. Por todos los ratos que día a día disfrutamos en este mundo que nos dio. La diferencia entre vivir la vida que queremos y querer la vida que vivimos, es que una requiere de sueños y la otra vive construyéndolos. Personalmente creo que los sueños mejor construirlos, ya habrá tiempo de vivirlos en el auténtico país donde viven eternamente.

La oración es la respiración de la fe, lo es también de la esperanza, lo es del amor también. Por ello al orar no olvides de respirar y de descubrir la
enorme riqueza de matices que Dios te brinda, regala e inspira para que entren en tu interior toda la belleza del Espíritu que te ilumina.

Hoy intentemos disfrutar de la comida, de los sabores, de las conversaciones, de las respiraciones, de las imágenes y de los colores. Dios te brinda un corazón grande para amar, haz el ejercicio de proveerlo del oxígeno de la oración. Busca para orar esos momentos que ansias con los amigos, con Dios. Y haz que en esa oración pregustes esos instantes para que luego aunque sean breves te sepan tan intensos que sean riqueza para mucho tiempo.

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