Cuidar la casa común

El Salmo 18 nos dice: “El cielo proclama la gloria de Dios y el firmamento anuncia la obra de sus manos; un día transmite al otro este mensaje y las noches se van dando la noticia. Sin hablar, sin pronunciar palabras, sin que se escuche su voz”. Como nos recuerda el Papa Francisco, en relación con este salmo, todo está interconectado, por eso el hombre “forma parte de este regalo de la creación. Formamos parte de la naturaleza, no estamos separados de ella”. Eso es lo que trata de decirnos la Sagrada Escritura.

Por eso, en este tiempo de Pascua que comenzamos es bueno reflexionar sobre cómo hemos de cambiar la relación del hombre con el medioambiente y frenar la degradación de la naturaleza; no continuar por el camino de explotación y destrucción, del ser humano y de la naturaleza, es injusto e imprudente.

Vivimos en una sociedad de un consumismo exacerbado, de usar y tirar, en una sociedad globalizada, en un mercado globalizado sujeto a procelosos movimientos, e intereses.

Sí a la vida

Los cristianos hemos de apostar, hemos de defender la vida desde su inicio hasta su final natural. No es comprensible, en una sociedad desarrollada como la española, que se sigan produciendo más de 90.000 abortos todos los años, algo está fallando. Y ahora además la eutanasia para los más débiles, todo esto es un sin sentido. Si queremos tener futuro como sociedad los más débiles deberán ser los primeros, los que mejor cuidemos.

Es de locos pensar que tener hijos va contra el planeta, y al mismo tiempo vivir en el mundo más desarrollado en medio de un invierno demográfico escalofriante, que nos conduce hacia una sociedad de mayores y solos, hacia una sociedad suicida, sin futuro.

Alimentando este mantra se nos cuenta que quienes deciden tener un hijo menos reducen su huella de carbono hasta en 58,6 toneladas de CO2 al año (Seth Wynes y Kimberly A. Nicholas en el estudio – La brecha en la mitigación del clima). Algo falla en nuestro estilo de vida ya que aumentar la familia supone este peaje para el planeta. El problema no está en el bebe, sino en las necesidades de consumo que se generan en torno a ellos.

El progreso no puede ser disponer de cualquier servicio o producto, en cualquier tiempo y lugar. Hemos de tener una vida más austera, sin tantas necesidades, más lenta, más tranquila.  Hemos de cambiar de modelo de vida. El modelo de consumo actual no tiene futuro, no se si el modelo de mundo digital al que nos dirigimos vertiginosamente puede mejorar esta situación o empeorarla, me imagino que depende de cómo lo utilicemos.

En la actualidad somos casi 8 mil millones de personas (el 15 de marzo 7.993 mil millones de personas), en el año 2050, seremos más de 9,7 mil millones. Consumiremos más, luego tendremos que ser más eficientes y austeros, y al mismo tiempo ser más creativos, pensar más en la familia humana y menos en lo que nos divide.

Parece que las nuevas generaciones han tomado una postura crítica ante la natalidad. ¿Por economía, por educación, por comodidad? Ejemplo de ello es la cantante Miley Cyrus, que ha decidido renunciar a la maternidad. Qué triste, no hay nada más grande en este mundo que dar la vida.

Pero para esto tendremos que pasar de la lógica del desarrollo económico sin límites, al desarrollo integral y sostenible, es posible todo depende de nosotros, bueno no solo de nosotros, también de quienes nos gobiernan y dirigen el mundo, de tantas cosas…

Cuidar nuestra casa común desde la dimensión social del Evangelio

Como nos recordaron hace unos años (2017) el Patriarca Ecuménico Bartolomé y el Papa Francisco. “La historia de la creación nos presenta una vista panorámica del mundo. La Escritura revela que, «en el principio», Dios quiso que la humanidad cooperara en la preservación y protección del medio ambiente. En un primer momento, como se lee en el Génesis, «no había aún matorrales en la tierra, ni brotaba hierba en el campo, porque el Señor Dios no había enviado lluvia sobre la tierra, ni había hombre que cultivase el suelo» (2,5). La tierra nos fue confiada como un don y un legado sublime, del que todos somos responsables hasta que, «al final», todas las cosas en el cielo y en la tierra serán recapituladas en Cristo (cf. Ef 1,10). Nuestra dignidad y bienestar humano están profundamente conectados con nuestro cuidado por toda la creación”.

Por tanto, la creación y el ser humano están inseparable unidos, por eso es necesario redoblar los esfuerzos dirigidos a promover lo que podemos llamar una ‘ecología integral’, que es un concepto complejo y multidimensional que nos llama a tener una visión a largo plazo. Lo que llamamos ecología integral tiene como objetivo restaurar los diferentes niveles de equilibrio estableciendo dentro de nosotros una armonía con los demás, con la naturaleza y con los otros seres vivos. Todo ello, nos hace conscientes de nuestra responsabilidad como seres humanos hacia nosotros mismos, hacia el prójimo, hacia la creación y hacia el Creador.

Muchas cosas nos han alejado del sentido original de la creación: Cómo interrumpir los delicados y equilibrados ecosistemas del mundo; el deseo insaciable de manipular y controlar los recursos limitados del planeta; la codicia ilimitada de ganancias en los mercados. No respetamos ya la naturaleza como un regalo compartido; por el contrario, muchas veces la consideramos una posesión privada. Ya no nos relacionamos con la naturaleza para sostenerla, sino que la dominamos para sostener nuestras propias invenciones, a través de un desarrollo nada integral y ni sostenible. Por tanto, el hombre le da sentido a la creación, pero sin creación el ser humano no tiene futuro, al menos tal cual lo conocemos.

El medioambiente humano y el de la naturaleza se están deteriorando juntos, y este deterioro del planeta recae sobre las personas más vulnerables.  El impacto del cambio climático afecta, ante todo y más que nada, a los que viven en la pobreza en todos los rincones del mundo. Nuestra obligación de usar los bienes de la tierra con responsabilidad implica el reconocimiento y el respeto de todas las personas y de todos los seres vivos. La urgente llamada y el desafío de cuidar la creación son una invitación dirigida a toda la humanidad para que trabaje en favor de un desarrollo sostenible e integral. Cuidar la creación es promover una ecología integral y no militar en una ideología que separa el futuro de la creación, del de la misma humanidad. Solo cuidaremos la creación si cada hombre y todo el hombre es la base de nuestro desarrollo integral y social.

Laudato si, un camino para avanzar

Francisco nos recuerda que “la auténtica preocupación por el medio ambiente debe ir unida a un amor sincero por el ser humano y a un compromiso permanente respecto a los problemas de la sociedad”. (Carta Encíclica Laudato si’, n. 91)”.  Unos años después en mayo de 2021, el Papa lanza la plataforma Laudato si’: “hay que apostar por la ecología integral” para conseguir una casa común «habitable» para nuestros hijos. Las numerosas advertencias que estamos viviendo, entre las que podemos identificar el Covid-19 y el calentamiento global, nos instan a actuar con urgencia.

La COP26 sobre el cambio climático, que se celebró el pasado mes de noviembre en Glasgow (Escocia), no contribuyó como se esperaba a dar las respuestas adecuadas para restaurar los ecosistemas, tanto a través de una mayor acción climática como de la concienciación y sensibilización. Queda mucho camino y en nuestros líderes políticos hay buena voluntad, pero pocos cambios, algunos urgentes.

Para comprender mejor toda esta situación recomiendo la lectura pausada y comprensiva de la encíclica Laudato si del Papa Francisco de 24 de mayo de 2015, antecedida por Evangelii Gaudium y anuncio de Fratteli Tutti. No obstante, desde la perspectiva de la “hermenéutica de la continuidad” ya León XIII en Rerum Novarum en 1891 habla del consumo. También el Concilio Vaticano II nos dice que “se puede pensar con toda razón que el porvenir de la humanidad está en manos de quienes sepan dar a las generaciones venideras razones para vivir y razones para esperar.” (Gaudium et Spes 31). San Juan XXIII – era hijo de campesinos y hablaba de ello. También, san Pablo VI a través de Populorum Progressio, denunció el desarrollo desigual del mundo y proclamo que el desarrollo es el nuevo nombre de la paz, a través de un desarrollo integral para toda la persona y para todas las personas. Con san Juan Pablo II se abre una nueva etapa. Él abogó por una ecología humana, en Centessimus Annus, también en la Jornada Mundial de la Paz de 1990, destacaba que en la Iglesia se empezaba a crear una sensibilidad ecológica, que había que estimular y potenciar. Hasta que en 2001 proclamó a los cuatro vientos la necesidad de una conversión ecológica. Benedicto XVI, también llama a la conversión ecológica, y en Caritas in veritate (2009) hace toda una apuesta de la Iglesia Católica por acoger e integrar este concepto como una necesidad válida para todos.

Pero es con Francisco cuando verdaderamente se introduce un gran impulso, después de Laudato si, con la creación de nuevas estructuras pastorales en la Santa Sede. Dando pasos. En 2017, el Papa Francisco y el Patriarca Ecuménico Bartolomé instituyeron el 1 de septiembre como la Jornada Mundial de Oración por el Cuidado de la Creación, que desde entonces se celebra con el objetivo de que nuestro compromiso cristiano se empeñe en alcanzar una mayor simplicidad y solidaridad en nuestras vidas, más austeridad.

La actual situación medioambiental nos llama a la acción inmediata con urgencia para hacernos administradores de la creación más responsables y restaurar la naturaleza que estamos dañando y explotando desde hace demasiado tiempo. De lo contrario, “nos arriesgamos a destruir la misma base de la que dependemos”, nos recuerda Francisco con mucha franqueza,

Se pregunta el Papa: “Cuando miramos a nuestro alrededor, ¿qué es lo que vemos? Vemos una crisis que nos lleva a otra crisis; destrucción de la naturaleza, así como una pandemia mundial que ha provocado millones de muertes de personas; las consecuencias injustas de muchos aspectos de nuestros actuales sistemas económicos y numerosas crisis climáticas catastróficas que producen graves efectos en las sociedades humanas y especies en extinción”. Sin duda, restaurar la naturaleza que hemos dañado significa, en primer lugar, restaurarnos a nosotros mismos.

Quedan muchas cuestiones pendientes: Inundaciones que pondrán en peligro a             2.000 millones de personas en contraer dengue;  de los 2.000 millones de            personas que carecen de agua potable, más de 800.000 personas mueren de       diarrea cada año; el problema de los refugiados climáticos que va creciendo; la   gestión de los recursos energéticos, causa de casi todas las guerras actuales; el   saqueo de los nuevos materiales y de las materias primas de los países más  pobres; la inadecuada gestión de los residuos, de los alimentos; tantas y tantas   realidades que ensombrecen el futuro de la humanidad y su propia subsistencia.

Me gustaría dejar para la reflexión final este párrafo de Laudato si:

El problema del cambio climático está relacionado con cuestiones que tienen     que ver con la ética, le equidad y la justicia social. La situación actual de la            degradación ambiental está conectada con la degradación de lo humano, ético      y social, tal y como experimentamos cada día. Y esto nos obliga a pensar sobre   el sentido de nuestros modelos de consumo y de producción, y en los        procesos de educación y de concienciación para hacer que sean coherentes con            la dignidad humana. Estamos frente a un “desafío             de civilización” en favor del   bien común. Y esto es claro, como también es claro que tenemos una             multiplicidad de soluciones que están al alcance de todos, si adoptamos a nivel   personal y social un estilo de vida que encarne la honestidad, la valentía y la     responsabilidad”.

Recuerdo aquí, para terminar aquella, pregunta conocida realizada a Santa Teresa de Calcuta: Madre ¿qué tenemos que hacer para que cambie a mejor este mundo en el que vivimos? Y ella, mirándolo a             los ojos replicó, “pues vamos            a empezar por que usted y yo cambiemos”. Pues eso, sin duda este sería un           gran paso, que cada uno de nosotros, nuestras comunidades, la sociedad y la     misma Iglesia cambiemos para respetar y cuidar, más y mejor, nuestra casa       común, don inmenso que Dios creador hizo a la humanidad y que nosotros         hemos de saber respetar y cuidar.

Enrique Belloso Pérez