Vivimos tiempos nuevos, donde la fe es para muchos de nuestros contemporáneos un objeto de museo, estos caminan indiferentes ante el hecho religioso, todo lo más lo consideran como un aspecto cultural y sociológico, cuando no turístico, un subproducto cultural. Mientras tanto los creyentes caminamos inmersos en este mismo mundo, ensimismados en nuestros espacios de confort y poco conectados, nos quedamos más en el rito, en los servicios religiosos, y en la autocontemplación de nuestra luces y sombras, que en la misión. Pero sabemos bien que Cristo ha resucitado y ha hecho nuevas todas las cosas, por eso, desde la conciencia plena de nuestra vocación enraizada en el bautismo, nos tenemos que implicar más en la misión, dándole al Evangelio de hoy un nuevo impulso en nuestras vidas y compromisos. Dejando atrás tantas cosas que nos pesan. Descubriendo la dimensión social del Evangelio.
Caminamos en tiempos de Sínodo. Hemos pasado ya la Fase Diocesana, parece tan lejana, y ahora estamos en plena Etapa Continental, todo está en manos del Espíritu Santo y, sin embargo, el Papa Francisco nos pide con vehemencia: ¡Dejad trabajar al Espíritu Santo en el corazón de la gente! Quizás, como él plantea en diversas ocasiones, lo tenemos enjaulado con un exceso de reglas y convencionalismos. Puede ser que incluso le tengamos miedo, hablamos de Él, pero no le dejamos que transforme nuestras vidas, nuestras estructuras, nuestras formas de trabajar, e incluso de evangelizar.
A lo largo y ancho del mundo, el Pueblo de Dios, como Cuerpo de Cristo, ha subrayado su deseo de ser una Iglesia misionera y no de mantenimiento y conservación. Sin duda, la sinodalidad, el caminar juntos, nos debe llevar a una renovación misionera. Como dice la síntesis de España que recogía las aportaciones de las diócesis: «consideramos que la comunión ha de conducirnos a un estado permanente de misión: encontrarnos, escucharnos, dialogar, reflexionar, discernir juntos son acciones con efectos positivos en sí mismas, pero no se entienden si no es con el fin de impulsarnos a salir de nosotros y de nuestras comunidades de referencia para la realización de la misión que tenemos encomendada como Iglesia» (CE España).
Como nos recuerda el documento Ensancha el espacio de tu tienda: “caminar juntos como Pueblo de Dios requiere que reconozcamos la necesidad de una conversión continua, individual y comunitaria. En el plano institucional y pastoral, esta conversión se traduce en una reforma igualmente permanente de la Iglesia, de sus estructuras y de su estilo, siguiendo las huellas del impulso al aggiornamento continuo, legado precioso que nos ha dejado el Concilio Vaticano II” (101). Todo, esto suena muy bien, pero no es tan fácil de llevar adelante, porque debe empezar en cada uno de nosotros.
Armonía y no uniformidad
El Espíritu nos pide armonía, no uniformidad en nuestros carismas, vocaciones, culturas… Pero hemos de trabajar la escucha y el diálogo entre nosotros, sin esto no será posible avanzar, todavía estamos aprendiendo a caminar juntos.
Como ya hemos indicado en otras entradas a este blog el Papa sostiene que “el camino de la sinodalidad es el camino que Dios espera de la Iglesia del tercer milenio”. Con estas palabras, Francisco convoca a toda la Iglesia a discernir un nuevo modelo eclesial que sea fruto de esta nueva fase en la recepción del Vaticano II, vivimos en tiempos que suscitan una sinodalidad viva y transformadora.
La finalidad de este camino no es simplemente encontrarnos, oírnos y conocernos mejor, sino trabajar en conjunto. Pero me pregunto, ¿es posible trabajar en conjunto en nuestra Iglesia de hoy? ¿Qué retos nos quedan por delante? Si lo escuchado no ayuda a convertirnos, sin duda nos estamos jugando el futuro de la misión ¿Estamos dispuestos a asumir de modo permanente la enseñanza de la Iglesia sobre la corresponsabilidad de todos en su misión? Hoy el desafío es cómo vamos a ayudarnos unos a otros, cómo vamos a construir entre todos el futuro. Y, ante esto tendríamos que preguntarnos ¿es posible avanzar en esta misión sin una adecuada formación, una vida espiritual plena y una entrega a los demás comprometida? ¿Cuáles serían los pasos a dar, aquí y ahora, en una Iglesia que escucha y que camina entre la conversión y la reforma?
El 9 de noviembre de 2013 en Santa Marta, el Papa evocó la imagen de la «Ecclesia semper reformanda. La Iglesia siempre tiene necesidad de renovarse porque sus miembros son pecadores y necesitan de conversión». Hablamos de iniciar un proceso de conversión eclesial que compromete a toda la Iglesia. En Evangelii gaudium, Francisco nos recuerda que «Pablo VI invitó a ampliar la llamada a la renovación, para expresar con fuerza que no se dirige solo a los individuos aislados, sino a la Iglesia entera (…) El Concilio Vaticano II presentó la conversión eclesial como la apertura a una permanente reforma (…). Cristo llama a la Iglesia peregrinante hacia una perenne reforma» (EG 26). Francisco no pone el acento en la reforma de la mera organización interna de la estructura eclesial y su funcionamiento, sino en su misión de servir a las personas y a los pueblos. Que genera una conversión real que es la base de cualquier reforma.
La llamada de Francisco es a revisar «la forma de vivir y obrar» de toda la Iglesia, lo cual pasa hoy por la conversión de nuestros estilos de vida, la formación en prácticas de discernimiento y la comunicación fraterna entre todos los niveles y estructuras de gobierno». Pero ¿cómo generamos nuevos caminos? Todos estamos en la misma barca, hay que remar juntos, en equipo y de manera organizada para que la barca avance mar adentro. ¿Sabemos trabajar en equipo? ¿Queremos trabajar en equipo? Serían algunas preguntas que nos tenemos que hacer como comunidad.
El camino de la conversión personal y eclesial
Hoy necesitamos caminos de fidelidad en el seguimiento de Jesús, que nos han de llevar a la conversión personal y eclesial, que reestructuren el tejido comunitario, social, que generen paz y justicia, y fortalezcan la comunión, la participación y la misión eclesial. A nivel de Iglesia Local, ¿cómo podríamos seguir concretando este cambio de mentalidad? ¿Cómo abrir nuevos horizontes para la evangelización en una sociedad cada vez más secularizada? ¿Cómo podemos concretar nuestra comunión y participación en la misión en una Iglesia tan compartimentada y sujeta a estructuras y formas de actuar, muchas veces resistentes al cambio y a la acción del Espíritu Santo, e instalada en el “siempre se hizo así”?
El Concilio Vaticano II nos dice que la visión eclesial crítica y lúcida de nuestro entorno ha de ser el discernimiento de los signos de los tiempos (GS 4). Sin duda, es ahí donde se encuentra el sentido profundo de la reforma de la Iglesia y de las reformas en la Iglesia. Esta se comprende a sí misma, «en Cristo como un sacramento, o sea signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano» (LG 1). Esta naturaleza sacramental, precisamente, es la que exige de ella ser una ecclesia semper reformanda, como un modo de transparentar el Evangelio. La conversión pastoral afecta «a todo y a todos» en relación a los estilos de vida, los ejercicios de autoridad y poder, y los modelos eclesiales, teniendo como punto de partida el carácter discipular-misionero de la Iglesia (EG 115).
Las reformas eclesiales pueden ser situadas en tres niveles: «reformas espirituales, pastorales e institucionales» (Aparecida, n. 367), promoviendo un modo eclesial de vivir y ser Iglesia. Esta eclesiología lleva en sí el inicio de una reforma eclesial en clave sinodal. Como la que recientemente se anunció para la próxima Asamblea Ordinaria del Sínodo de los Obispos de octubre de 2023 que incluirá un número significativo de miembros con derecho a voto que no son obispos (sacerdotes, religiosos y religiosas, laicos, con un 50% de mujeres y una atención especial a la participación de los jóvenes).
No es posible separar la conversión sinodal de la conversión pastoral, como no podemos separar la reforma de las estructuras de la conversión de las mentalidades. Así, Francisco en su mensaje a la Curia Vaticana en 2016 afirmó que «la reforma de la curia no se lleva a cabo de ningún modo con el cambio de las personas sino con la conversión de las personas. No es suficiente una “formación permanente”, se necesita también y, sobre todo, “una conversión y una purificación permanente”. Sin un “cambio de mentalidad” el esfuerzo funcional sería inútil».
La conversión pastoral es presentada como la condición sin la cual no habrá una verdadera reforma eclesial. Entonces, ¿es la reforma, parte esencial de un proyecto misionero, de una Iglesia en salida que pone su centro, no en sí misma, sino en las personas, particularmente los más desfavorecidas, y en su misión evangelizadora y humanizadora?
También podríamos preguntarnos como Iglesia local ¿podemos generar un ambiente de discernimiento y diálogo fraterno que nos lleve a comprender este gran momento eclesial que vivimos, y así ser corresponsables en este proceso de reforma de las estructuras que pasa por la conversión de las mentalidades? Sin duda, en nuestra Archidiócesis de Sevilla, tenemos una gran oportunidad, el impulso y la puesta en valor del nuevo Plan Pastoral Diocesano 2022-2027: “Duc in altum” (Lc 5,4).
Han pasado casi 60 años del Concilio Vaticano II, que vino a rejuvenecer a la Iglesia, cabe preguntarse, ¿qué hemos de subrayar hoy en la Iglesia para que ésta cumpla su misión? ¿Cómo podemos ayudarla? ¿Cuál debe ser nuestra actitud y la de nuestras comunidades ante la petición de Francisco de conversión y reforma? Sin duda, para todo ello, hemos de discernir la voluntad de Dios, dejar que sea el Espíritu Santo quien nos guíe y abra los caminos. En esta peregrinación, que es la vida, Cristo es nuestro centro, y tenemos, a pesar de las dificultades y tensiones que se perciben a lo largo y ancho de la Iglesia universal que escuchar a todos, para así ser conscientes de las diferencias existentes que hay que armonizar, desde la unidad en la diversidad. Es posible, pongámonos en camino en este tiempo de conversión y reforma.
Enrique Belloso Pérez
Delegado diocesano de Apostolado Seglar