Viernes de la 3ª semana de Pascua (A)

Lectura del santo evangelio según San Juan (6, 52-59)

Disputaban los judíos entre sí: «¿Cómo puede este darnos a comer su carne?». Entonces Jesús les dijo: «En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. Como el Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre, así, del mismo modo, el que me come vivirá por mí. Este es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre».

Esto lo dijo Jesús en la sinagoga, cuando enseñaba en Cafarnaún.

Comentario

Yo vivo por el Padre
Para acercarnos a comprender la repugnancia que sentirían los judíos coetáneos de Jesús al escuchar estas palabras, basta pensar en el significado que el sacrificio expiatorio y la comida sacrificial tenía en la ley mosaica y las costumbres del pueblo. Todavía Pablo, en los albores de la nueva fe, tendrá que explicar con mucho detalle si se puede o no comer de las ofrendas presentadas a Dios. Es otra forma de aproximarse a lo que aquí está diciendo Jesús con una literalidad que suena muy fuerte aunque a  nosotros, educados en la doctrina del Corpus Christi, no nos escandalice: «Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida». Los fariseos se llenarían de estupor con tales palabras. Pero también con las que Jesús proclama su unión con el Padre. Si el discurso del pan de vida les sonaba a desatino, la proclamación hipostática les rechinaba a blasfemia. Todavía hoy nos cuesta entender los dos grandes misterios de la fe: la presencia real y verdadera de Cristo en la eucaristía y la Trinidad Santa de tres personas y un solo Dios verdadero.

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