Domingo de la 26ª Semana (B)

Lectura del santo evangelio según san Marcos (10,2-16):

En aquel tiempo, se acercaron unos fariseos y le preguntaron a Jesús, para ponerlo a prueba: «¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su mujer?»
Él les replicó: «¿Qué os ha mandado Moisés?»
Contestaron: «Moisés Permitió divorciarse, dándole a la mujer un acta de repudio.»
Jesús les dijo: «Por vuestra terquedad dejó escrito Moisés este precepto. Al principio de la creación Dios «los creó hombre y mujer. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne.» De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.»
En casa, los discípulos volvieron a preguntarle sobre lo mismo. Él les dijo: «Si uno se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella se divorcia de su marido y se casa con otro, comete adulterio.»
Le acercaban niños para que los tocara, pero los discípulos les regañaban. Al verlo, Jesús se enfadó y les dijo: «Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis; de los que son como ellos es el reino de Dios. Os aseguro que el que no acepte el reino de Dios como un niño, no entrará en él.»
Y los abrazaba y los bendecía imponiéndoles las manos.

Comentario

Dicen algunos historiadores de la filosofía que el espíritu de la Ilustración, del siglo de las luces, se sintetiza en la proclama hecha por Kant: “sapere aude”, es decir, “atrévete a saber”. Y es que lo que nos hace verdaderamente personas ha de ser acogido en un acto de valentía personal que cambia nuestra vida, que nos hace superar nuestro pasado para mirar al horizonte de nuestro futuro con ojos de esperanza.

El grito que necesitamos en nuestro tiempo es: “amare aude”, “atrévete a amar”. Y lo necesitamos porque estamos faltos de acoger con valentía el amor al que somos llamados.

El amor humano puede tener muchas expresiones en nuestra vida: la amistad, la ayuda solidaria, el ecologismo, la lucha por la justicia… pero el amor por excelencia es el amor de pareja, el amor que hacen que un muchacho y una muchacha asuman el riesgo de amarse sin reservas, sin preservativos, de amarse abiertos a la fecundidad de la aventura de una familia, de un amor en horizonte de eternidad –“en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y la pobreza, hasta que la muerte nos separe”-.

Hoy ese amor valiente de pareja está en crisis. Las relaciones suelen ser “mientras dure y nos convenga” a cada una de las partes por separado. Poca valentía hay en el ese amor. No es que esté mal, no quiero decir eso; pero estar con alguien mientras me conviene y mesatisface, no parece que tenga demasiado mérito, perdonadme. Nos hacen falta jóvenes que sean audaces en su amor, que sean valientes para compartir vida y dar vida.

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