Miércoles de la 31ª semana del Tiempo Ordinario (A)

Lectura del santo Evangelio según san Lucas (14, 25-33)

Mucha gente acompañaba a Jesús; él se volvió y les dijo: «Si alguno viene a mí y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. Quien no carga con su cruz y viene en pos de mí, no puede ser discípulo mío. Así, ¿quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo: “Este hombre empezó a construir y no pudo acabar”. ¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que lo ataca con veinte mil? Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz. Así pues, todo aquel de entre vosotros que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío».

Aquel que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío

Comentario

La muchedumbre seguía a Jesús. Como hoy puede seguir un paso de misterio en procesión por la calle: una multitud lo contemplaba en Palestina hace dos mil años y otra multitud lo contempla en imagen al cabo del tiempo en nuestras ciudades. El Nazareno tenía fama de milagrero, que curaba a los enfermos y sanaba a los heridos, hacía prodigios y asombraba con sus poderes. Pero eso no es ser discípulo de Cristo. Aquí se lo recuerda a los suyos, que el verdadero seguimiento pasa por la renuncia y por hacerse pobre (en lo material, en los afectos, en lo espiritual) para asumir la carga que corresponda. Y eso implica una radicalidad que asusta: o todo o nada. No puede haber medias tintas: la vocación -el seguimiento de Cristo es una llamada- no se negocia, sólo cabe aceptarla o ignorarla, pero nunca puede tomarse a medias. Tal es la exigencia radical del Señor.

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