Viernes de la 9ª semana del Tiempo Ordinario (A)

Lectura del santo Evangelio según san Marcos (12, 35-37)

Mientras enseñaba en el templo, Jesús preguntó: «¿Cómo dicen los escribas que el Mesías es hijo de David? El mismo David, movido por el Espíritu Santo, dice: “Dijo el Señor a mi Señor: siéntate a mi derecha, y haré de tus enemigos estrado de tus pies”. Si el mismo David lo llama Señor, ¿cómo puede ser hijo suyo?». Una muchedumbre numerosa le escuchaba a gusto.

¿Cómo dicen que el Mesías es hijo de David?

En el fondo de esta cuestión que Jesús plantea en el templo, el mismo corazón de la religiosidad judía con sus implicaciones políticas y sociales, late la pregunta determinante que le había hecho a sus discípulos y que sigue haciendo veintiún siglos después: ¿quién es Jesús? Los judíos consideraban que el Mesías que tendría que venir sería hijo de David; no sólo desde el punto de vista de descendiente del gran rey, heredero de su magnificencia, sino restaurador del máximo esplendor que Israel había alcanzado bajo su reino. En la expresión hijo de David aleteaba un Mesías político, un rey poderoso destinado a restaurar esa fuerza que los coetáneos de Jesús sentían perdida con la invasión romana. Jesús está preguntando pero, en el fondo, está dando respuesta a esa inquietud. Está afirmando la superioridad del Mesías sobre David, como si el que está por venir fuera a desbordar sus límites. Justo eso es lo que va a suceder: el mandato del amor de Jesús va a desbordar por completo los márgenes de la Ley y el reino de Dios que viene a instaurar no tiene nada que ver con los antiguos reinos edificados sobre la espada, el dominio y la explotación.

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