Sábado de la 23ª semana del Tiempo Ordinario (B)

Lectura del santo Evangelio según Lucas (6, 43-49)

Pues no hay árbol bueno que dé fruto malo, ni árbol malo que dé fruto bueno; por ello, cada árbol se conoce por su fruto; porque no se recogen higos de las zarzas, ni se vendimian racimos de los espinos. El hombre bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque de lo que rebosa el corazón habla la boca. ¿Por qué me llamáis “Señor, Señor”, y no hacéis lo que digo?”

Todo el que viene a mí, escucha mis palabras y las pone en práctica, os voy a decir a quién se parece: Se parece a uno que edificó una casa: cavó, ahondó y puso los cimientos sobre roca; vino una crecida, arremetió el río contra aquella casa, y no pudo derribarla, porque estaba sólidamente construida. El que escucha y no pone en práctica se parece a uno que edificó una casa sobre tierra, sin cimiento; arremetió contra ella el río, y enseguida se derrumbó desplomándose, y fue grande la ruina de aquella casa».

Comentario: 

«¿Por qué me llamáis Señor, Señor, y no hacéis lo que digo?»

     Escuchar la Palabra de Dios nos compromete a vivir conforme a lo que nos dice y nos pide, ¿puede ser que oigamos pero no escuchemos? Es necesario que prestemos toda la atención que merece su Palabra, en medio de tanto ruido y tantos sonidos ensordecedores tenemos que pararnos a escuchar la Palabra del Señor. Así, nuestra fe no se quedará en un sentimiento, en una emoción o en una idea, sino que será el encuentro con quien nos habla al corazón y nos compromete a vivir de una manera nueva. Confiando en el Señor y escuchándolo con todo nuestro interés, podremos descubrir todo lo bueno que Dios ha puesto en nuestro corazón y, a pesar de nuestras debilidades y flaquezas, sacar el bien y hacerlo rebosar.
     Se trata de darse cuenta, constantemente, de que somos hijos de Dios que nos ha hecho a su imagen y semejanza, aunque a veces nos lleguemos a despistar. Así, si «metemos la pata» pediremos perdón con sencillez y seremos conscientes de cómo tenemos que ir ahondando más en nuestra identidad para construir «nuestra casa sobre roca». Y ante cualquier adversidad y dificultad que acontezca en nuestra vida, fortalecidos en la fe por la Palabra del Señor que escuchamos y nos nutre, aunque los vientos soplen fuertes y las aguas arremetan contra nosotros, nos mantendremos en pie.

 

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