Sagrada Familia – Octava Navidad VI (C)

Lectura del santo evangelio según san Lucas (2,41-52)

Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén por la fiesta de la Pascua.
Cuando cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre y, cuando terminó, se volvieron; pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres.
Estos, creyendo que estaba en la caravana, anduvieron el camino de un día y se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén buscándolo.
Y sucedió que, a los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Todos los que le oían quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba.
Al verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre:
«Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Tu padre y yo te buscábamos angustiados».
Él les contestó:
«¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?».
Pero ellos no comprendieron lo que les dijo.
Él bajó con ellos y fue a Nazaret y estaba sujeto a ellos.
Su madre conservaba todo esto en su corazón.
Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres.


Comentario

Yo soy de esa generación que ha visto toda la evolución de la familia. De niños y adolescentes la familia era algo evidente y sin cesuras. No es que todo fuera idílico, había roces y conflictos graves. Ni los malos tratos, ni los abusos dentro del ámbito familiar son inventos nuevos. Pero la inmensa mayoría de los niños vivían en una familia sellada por el sacramento, con todos sus hermanos de padre y madre.

Después vino la ley del divorcio, la normalización de las relaciones pre-matrimoniales, la extensión de las parejas de hecho, la equiparación legal de las uniones homosexuales con la familia heterosexual, incluso en la adopción de niños: un proceso rápido y disruptivo de la comprensión tradicional de la familia. Pero en medio de tantos cambios continuaba la idea de que las personas están hechas para mutuamente servirse y apoyarse, que el sentido radical de nuestra vida es el servicio –como la etimología de la palabra familia señala-. Últimamente estamos contemplando un nuevo proceso: parejas que excluyen tener hijos porque su proyecto de vida no está en un amor servicial, sino en el bienestar propio entendido egoístamente (viajes, ropas y copas). Algunos incluso “comprometidos” socialmente, pero con un compromiso que puede interrumpirse a voluntad, en el momento que ellos decidan.

La vida necesita familia, familia donde se viva la vocación al servicio, donde el otro sea un don a cuidar y a entregarle la vida. La Vida engendra familia, siendo ésta sacramento del amor. Dios nace en una familia que ya siempre será Sagrada. Que no te engañen, rechazando crear familia, repudias tu propio ser.

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