Pedro CARBALLO CORRALES, Pbro

Presbítero
* Ubrique (Cádiz), 10 de noviembre de 1886
† Guadalcanal (Sevilla), 6 de agosto de 1936
49 años

Nació el P. Carballo Corrales en Ubrique (Cádiz) el 10 de noviembre de 1886. Fue bautizado el día 14 posterior en la Iglesia Parroquial de Nuestra Señora de la O de dicha localidad serrana. Le impusieron los nombres de Pedro, José, Andrés, Abelino, Modesto de la Santísima Trinidad. Sus padres fueron Bartolomé Carballo Cides, militar, y Gertrudis Corrales González.

A temprana edad inició sus estudios eclesiásticos en el Seminario de Málaga, pero, tras realizar primero de Humanidades y “continuando en su vocación al Sacerdocio” solicitó, en septiembre de 1900, proseguirlos en el Seminario General y Pontificio de Sevilla. Salvo los dos últimos cursos en los que fue alumno interno, los restantes vivió con sus padres al encontrarse avecindados en la ciudad. El 1 de junio de 1911 concluyó sus estudios si bien los coronó en marzo de 1915 con la obtención del Grado de Bachiller y Licenciado en Sagrada Teología.

Recibió la Sagrada Orden del Presbiterado el 18 de diciembre de 1910, a los 23 años, cuando realizaba el último curso de Sagrada Teología. Todos los informes habían sido todos favorables. Los tres Presbíteros de Ubrique, donde solía pasar las temporadas de verano, elaboraron uno conjunto en el que señalaban:

“Que siempre desde niño notaron en él grande afición a las cosas de la Iglesia y a los ejercicios y prácticas piadosas, por lo que siempre le consideraron con vocación al estado eclesiástico. Que casi diariamente le han visto recibir los Santos Sacramentos de la Penitencia y Comunión. Le gusta la vida de recogimiento y le tienen por hombre de oración y estudio”.

Los primeros encargos que recibió fueron distintas capellanías de religiosas y de la Beneficencia en Huelva, que compaginó con la conclusión de sus estudios. Tras ellos fue nombrado para ocupar distintas coadjutorías y regencias en las parroquias de los municipios sevillanos de Castillo de las Guardas, Paradas y Alcolea del Río, hasta que el 30 de octubre de 1919, como cura propio, tomó posesión de la Parroquia de Santa María, con sus anejos de San Sebastián y Santa Ana, de Guadalcanal (Sevilla), donde permaneció hasta su muerte martirial acaecida el 6 de agosto de 1936.

La larga actividad parroquial desarrollada por el P. Carballo en Gudalcanal, no exenta de dificultades, fue muy fructífera: obras en capillas (en particular la de El Sagrario) que conllevaron la instalación de cuadros (Ánimas) y mosaicos (Sagrado Corazón de Jesús); arreglo de altares; celebración de misiones y presencia habitual de predicadores; puesta en marcha de una Hojita Parroquial que él mismo dirigía; apertura de un colegio parroquial, y otras. Como en otros lugares, buena parte de estas empresas sucumbieron con la violencia desmedida del conflicto bélico.

Al producirse la sublevación militar el 18 de julio de 1936 se hicieron registros en los edificios y dependencias religiosas, así como el convento de religiosas, momento aprovechado para salvar la Eucaristía. Al poco, fueron saqueadas todas las Iglesias, capillas y ermitas de Guadalcanal, sufriendo grandes destrozos y siendo destinados sus edificios a alojamiento y almacenes; las imágenes y retablos además de numerosos enseres y ornamentos sagrados fueron quemados en la plaza pública, aunque pudo salvarse el archivo.

El P. Carballo Corrales fue detenido en su domicilio y conducido a la cárcel el 20 de julio. En la madrugada del 6 de agosto fueron trasladados veinticinco de los detenidos al cementerio de la población. A las cuatro de esa madrugada el P. Carballo Corrales fue fusilado junto a los restantes, sin que constase que dijese algo en esos últimos momentos. Esa misma mañana, en la creencia de que pudiera estar aún vivo cuando iba a ser enterrado, fue rematado con un sable y disparos de pistola.

Su cadáver fue inicialmente depositado junto a los demás asesinados esos días en tres nichos y otras tantas fosas comunes. Tras la llegada de las fuerzas nacionales el 19 de agosto posterior fueron exhumados; una vez identificado su cadáver recibió sepultura en el panteón destinado para los sacerdotes existente en el cementerio de la villa, panteón que el propio Carballo se había encargado de cuidar y adecentar durante su prolongado servicio parroquial.

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