El misterio de las clausuras

A nivel popular, los monasterios y conventos de clausura siempre han estado rodeados de un halo de misterio, como si perteneciesen a una especie de mundo oculto y desconocido que en nada se parece al de la calle, imagen esta que distorsiona de forma evidente el concepto que de él tienen los que habitan fuera del recinto monástico. Para algunos, tal vez muchos, las personas que visten hábito y viven tras las tapias de un convento, son seres raros  que llevan una vida esquiva y recelosa, tal vez huyendo de desgracias anteriores o fracasos amorosos.

En torno a la vida en el interior de las clausuras han surgido infinidad de leyendas que, unas veces basadas en costumbres ancladas en el pasado y otras por desconocimiento del presente, encuadran la vida monástica en un mundo fantástico e incierto, cuando no grotesco, un mundo irreal y equivocado. Para deshacer prejuicios y tomar conciencia de la verdadera situación, nada mejor que acercarse a una comunidad y tratarla en su día a día. No es nada difícil de conseguir. Basta con frecuentar la misa conventual o acudir al rezo de la liturgia de las horas cuando sea posible, para tomar conciencia de que el único objetivo de las personas que habitan el monasterio es la oración contemplativa y la búsqueda de Dios.

En un monasterio, con un ambiente de fraternidad y silencio es más fácil el encuentro con el Creador que en la vorágine de la vida en la calle, entre prisas y ruido. En estos lugares que acertadamente han sido denominados como de paz y oración, se dejan atrás la competitividad y el desenfreno de la sociedad actual, creándose un escenario en el que dominan la oración y el trabajo, este último siempre moderado y sin que ocupe más espacio y tiempo que el necesario para que la comunidad, como suelen recoger las reglas monásticas, sea capaz de vivir de su sustento.

Lejos quedaron aquellos tiempos en los que los tópicos impedían ver la realidad de la vida en el interior de un monasterio, muchos de ellos impulsados y mantenidos por el cine y la literatura. Monjes que cada día cavan una palada de la que será su futura tumba, monjas que corren despavoridas tapándose la cara ante la presencia de algún foráneo en el claustro, celdas de castigo para quienes no cumplan las duras exigencias de los superiores y tantas y tantas situaciones absurdas que, si bien pudieron ser ciertas en un pasado lejano, nada tienen que ver con la realidad actual.

Vivir al otro lado del torno es una opción de vida que una persona ha aceptado de forma libre y voluntaria tras sentir una llamada que ha sido capaz de despertar en su interior una vocación. Atender a esta llamada no significa despedirse del mundo y pasar directamente a una vida angelical e idílica. En absoluto. Un monasterio es un microcosmos en el que existen los mismos problemas de convivencia que hay en una familia o en cualquier comunidad. Pero la caridad cristiana domina la escena y marca el ritmo de vida de aquellas personas que en su día recibieron la llamada a la vida contemplativa y dieron el paso adelante, procurando permanecer fiel a esta decisión cada día. La perseverancia es el auténtico misterio, tal vez milagro, de las clausuras.

Ismael Yebra


Ismael Yebra, un hombre bueno

El pasado 23 de diciembre conocimos el fallecimiento de Ismael Yebra, colaborador de la Delegación Diocesana de Medios de Comunicación en los últimos años. Hombre bueno, en el sentido machadiano del término, el doctor Yebra nos deja un profundo legado de amistad, entrega a todo lo que emprendía y un trato exquisito. Gran conocedor de la realidad de la vida contemplativa, la paz de los cenáculos que tanto frecuentó le acompaño en una vida que, sin duda, ha dado frutos. Este artículo ha sido su última colaboración con la revista diocesana Iglesia en Sevilla y con esta web. Descanse en paz.

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