I Semana| ¿Dónde está mi corazón? ¿Dónde mis prioridades?

Oración de Pedro en Getsemaní

Sin rumbo, persevero

¿Qué ha ocurrido?

¿Cómo ha sido posible?

¿Cómo han logrado apresarte?

¿Cómo han logrado de mí soltarte?

Durante toda mi vida te he esperado,

y ahora que te tengo te escapas entre mis manos,

eras el sentido de mi vida,

y ahora NO sé por dónde caminarán mis días.

Eras el mesías, el esperado,

y aquel que aliviaría nuestros corazones desgarrados,

ahora se hunde más la herida,

y NO sé cómo podré salvarme de esta caída.

Puse en ti todas mis esperanzas,

pero tus manos han frenado mi espada,

ahora te vas y más solo me quedo

y NO sé qué diré cuando fui uno de los que durmieron.

A lo largo de todo este tiempo,

he querido aprender y crecer contigo,

he curado y predicado a tantos como he podido,

y ahora descubro que nunca fui testigo.

Al final te han apresado,

aquellos que me enseñaste a amar lo han logrado,

creía que iba a ser la piedra que todo soportaría,

y ahora solo me siento la piedra perdida.

Te seguiré por siempre te he prometido,

Por eso he de saber qué de ti ha sido,

Detrás de los que te apresaron iré,

Pues la Esperanza en ti nunca voy a perder.

Meditación

A lo largo del día, de la semana, del mes y del año, vamos teniendo cosas que ocupan nuestro corazón. Normalmente estas suelen ir dirigidas al amor y al trabajo, pero en otras ocasiones hay multitud de influencias que nos acercan o alejan de estas prioridades. Ciertamente nuestra tarea siempre es volver a la centralidad de lo que hemos querido que sea el centro de nuestra vida.

En el cristiano, en la persona, hay siempre una evolución, pero no siempre en el sentido que queremos. Es obvio que no somos el adolescente que fuimos, ni el niño que éramos antes, de hecho, en nuestra vida hay cambios incluso si miramos al año pasado o a tiempos más cercanos. Todo depende de lo acelerado o lento de nuestra vida, pero ciertamente en ambas velocidades los cambios existen y estos van acaparando nuestra vida. ¡Qué importante es que los cambios no se adueñen de nosotros, sino nosotros de ellos!

Ciertamente es imposible evitar que se nos vayan pegando cosas por el camino, de todo tipo y condición. Tan es así que en no pocas ocasiones podemos sentir cómo quienes nos rodean ven en nosotros comportamientos y gestos que son de otros. Y aunque esto pudiera ser causa de orgullo porque es señal de la cercanía con que tratamos a otras personas, demasiadas veces lo importante no son estos gestos sino cuestiones interiores que aún nos marcan más. Es duro que fantasmas del pasado vayan ocupando la mochila de nuestra vida, que los dolores sufridos se conviertan en jueces de los acontecimientos que nos rodean, pero qué bonito es que sean las alegrías vividas las que nos sirvan de guía, o las buenas impresiones que nos dan los demás quienes nos inviten a profundizar en esos caminos.

La vida puede ser vivida de muchos modos, pero siempre es importante que cada uno viva la suya, aquella que desea y anhela, aquella que sueña desde chico y que ha ido construyendo con el paso de los años, aquella que le hace sentir orgulloso y que ha estado llena de pruebas y también de alegrías. Pero a veces hay momentos de la vida en que revisamos con la ensoñación de qué hubiera ocurrido si las decisiones hubieran sido otras, si las informaciones hubieran sido las que ahora tenemos, si la madurez hubiera sido la que ahora disfrutamos. Pero estos revisionismos no nos ayudan en nada, puesto que cada momento tiene sus circunstancias que lo rodean. Ahora sí es importante pararnos y sacar un tiempo para que este tiempo que vivimos no pase en balde, que cuando lo revisemos con el paso del tiempo descubramos que efectivamente éramos dueños de nuestras decisiones, que de algún modo tengamos la certeza que se han adherido a nosotros aquellos que sinceramente queríamos que se adhiriese.

Como personas, tenemos referentes en la vida, aquellos que nos han marcado deliberadamente y otros que lo han sido por las circunstancias. Ese profesor que nos ayudó en el colegio o el que no lo hizo bien, ese amigo que tantas alegrías os dio o que os traicionó destrozando vuestra amistad, esa pareja que tuvimos, ese familiar que es tan importante, ese momento vivido con una u otra persona, ese tiempo de hospital o de estudios, esa etapa de la vida. Como cristianos nuestro referente es claro, Jesús, pero no siempre podemos decir claramente que nuestra vida está marcada por Él, ahora tenemos una buena tarea en nuestro corazón para reflexionar e interiorizar. Si creemos que Jesús es importante en nuestro corazón, quizás deberíamos preguntarnos en qué se ve que somos sus seguidores. No es cuestión de cuantas cosas hacemos en su nombre, sino de cuantas cosas somos por Él. Al igual que nuestro humor o mal humor tiene que ver con tal o cual cosa, o nuestras aficiones tienen que ver con tal o cual persona, o incluso esa cicatriz que tenemos tiene que ver con aquel momento o circunstancia. Dios, Jesús, debería mostrarse en nosotros en algún aspecto, momento o circunstancia.

De un tiempo a esta parte escuchamos que la fe está siendo vivida en privado y no en público, esto es porque los cristianos más que visibilizar a Jesús acabamos por encerrarlo en la intimidad de los ratos de oración, y en particular en esos momentos de la vida que han sido especialmente duros e importantes, significativos.

¿Dónde está mi corazón? Pues donde estén mis preocupaciones, pero, aunque estas aparenten tener todo el protagonismo del alma, el amor y sus alegrías tienen el lugar principal del interior a pesar de que los sinsabores del día a día se empeñen en tapar todo lo bueno.

Sería precioso acudir en este momento a uno de los evangelios que pueden ayudarnos en esta reflexión (Mt 15, 21-28) es el Evangelio de las migajas que caen de la mesa. Ahora te voy a proponer un ejercicio sencillo, y a la vez lleno de riqueza. Sitúate en el corazón de una madre, una madre que ha visto sufrir a su hija muchísimo, una madre que ha intentado de todo para lograr su curación, una madre que ha sufrido desvelos durante días sin término y noches sin esperanza, una madre que ha dejado atrás el resto de preocupaciones porque su hija sufre y no tiene ni sabe cómo solucionarlo.

Ya esta imagen a todos nos conmueve, reza en tu corazón cual sería tu disposición si te la encontrases delante, y si eres tú mismo piensa qué te gustaría que ocurriese cuando fueras a ver a Jesús.

Pero por más que tengamos una imagen, descubrimos en el Evangelio que Cristo la ignora, incluso los que le rodean escuchas cómo le dicen que te despida y que se aleje de ti, que sencillamente coja distancia y se desvincule completamente. ¿Qué duro, verdad? Nuestra reacción normalmente sería la de unirnos a ella en dolor, sufrir con ella por vernos así de ignorados e incomprendidos.

«¡Señor, socórreme!»

Ahora piensa que así se sienten muchas personas constantemente, seguro que tú también en momentos de tu vida. Pienso en esas personas que lloran en la ducha para que nadie lo sepa, en personas que aprovechan para tirar la basura para discutir con su interior y rebelarse ante el dolor sufrido innecesariamente, personas que permanecen durante la noche dándole vueltas a la almohada con la frustración de no poder ni saber cómo afrontar lo que saben que volverá a sus vidas al despertar el nuevo día. En tu corazón hay y debe haber siempre un lugar para estas personas, un lugar de rupturas y un lugar de esperanzas. Desde ese lugar sabes que eres una persona afortunada cuando hay paz en tu corazón y en tu vida, cuando hay alimento en la mesa y techo que cobija, cuando hay luz e ingresos para sobrellevar el día a día. Desde esta mirada puedes rezar por esa persona que sabes que sufre, por quien tiene una enfermedad dura y difícil, por quien sus ojeras te hacen pensar que tiene dolor escondido, por quien su distanciamiento te hace sentir que no se sabe querido. ¡Cuántas personas tenemos en nuestra vida! ¡Qué insoportable cargar con todo este dolor en los hombros debe sentir Cristo camino del calvario!

Entonces descubres que Jesús se vuelve y le dice: «No he sido enviado más que a las ovejas perdidas de la casa de Israel». Y es que Jesús tiene una misión, tiene en su corazón el dolor de tantos perdidos a los que tiene que salvar, está concentrado en pensar en todos ellos. No te ha ignorado por indiferencia, sino por preocupación en otros dolores. Así que la mujer, que intuye que Jesús no se ha percatado de la realidad de su sufrimiento insiste, «¡Señor, socórreme!»

Y Jesús en una de esas frases lapidarias que, si su madre estuviera presente seguro que le corrige, le dice: «No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perros». Definitivamente no es consciente de quien tiene delante, no se ha percatado aún, pero, aunque muchos de nosotros habríamos ignorado a la mujer y otros tantos le habríamos respondido de un modo más duro y tajante para acabar con esa conversación incómoda, Jesús sigue ahí delante y quiere escucharla, le presta atención y descubre entonces la realidad de su dolor y aflicción. «Sí, Señor, -repuso ella- pero también los perros comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos». Y como en tantas ocasiones de la vida, nos damos cuenta que habíamos interpretado mal los signos que teníamos delante, y raudo y veloz Jesús le respondió: «Mujer, grande es tu fe, que te suceda como deseas».

En nuestra vida falta paciencia para esperar el momento adecuado, falta tranquilidad para aceptar las dificultades de cada día, falta honestidad para saber que no somos mejor que nadie, falta mesura para pedir lo adecuado y no lo que nos apetece, falta amor para aceptar al otro como es y no como me gustaría, falta esperanza para tener la paciencia, tranquilidad, honestidad y mesura que nos da el amor al otro.

Migajas, sencillamente los restos de una comida, aquello que ha sido descartado y que no era necesario, aquello que otros desecharon y que Dios eligió para ser alimento en la multiplicación de panes y peces, aquello que decían de Jesús y sus discípulos, aquello que hoy nos sirve de alimento a nosotros. Recibimos migajas cada día y por ellas hemos de dar gracias, por ese beso de costumbre que sabe a migajas, por ese abrazo sin pasión que tiene pinta de migajas, esa llamada telefónica vacía que suena a migajas, esa mirada indiferente que parece migajas, ese rato en el sofá que se siente como migajas, ese cruzarnos en el paso que se siente como migajas, y ese día de hoy que aun pudiendo ser migajas he sabido saborear, ver y valorar como un tesoro grande porque he compartido contigo cada migajas que he recibido y he visto cómo estabas agradecido de compartir esa mesa juntos.

Hoy es un buen día para mirar con ojos de esta madre a todos y a todo. Una buena semana para contemplar la vía que llevamos, sabiendo que muchas veces queremos una mesa llena de alimentos porque no teníamos males, otras en que teniendo males no queríamos alimento alguno, y otras en que hemos agradecido alguien que se sentase a nuestro lado en la mesa solo para compartir un trozo de pan y demostrarnos que no estamos solos. Pues hoy, esta semana, intenta ser tú quien se siente junto a Dios a decirle gracias porque ha estado sentado a mi lado toda la vida y se ha conformado con las migajas que le hemos ido dando de nuestra vida.

Gracias Señor por las migajas que hoy he recibido, y ayúdame a hacer con ellas el plato más exquisito, para que quien venga a pedirme sepa que todas ellas de ti las he recibido.

Meditación

 

Puntos de meditación para esta semana

  • ¿Cuáles eran mis objetivos en la vida?

Siempre es bueno sacar un rato para dar una mirada a las ilusiones que nos hicieron ver el futuro con ganas. Hoy muchas de estas están cumplidas, otras quizás estén desilusionadas, algunas hayan sido modificadas para mejor y otras empeoradas, pero no podemos negar que lo que somos hoy tiene mucho de aquello que un día soñamos ser, sea por haberlo conseguido e incluso más si no ha sido así.

Por eso quizás, sería bueno, retomar hoy este análisis y ojalá retomar nuevas ilusiones que colmen de motivación el futuro que viene, y nos permitan tener un motivo para los momentos de dificultad sin sentido.

Señor dame comprensión para ver el camino que he de vivir, fuerza para aceptar mis debilidades, ilusión para apoyarme en mis fortalezas, y alegría para saber compartirlas con generosidad.

  • ¿Cuáles han sido mis compromisos en la vida y cómo están hoy?

Si Scarlata O`hara prometió que nunca más volvería a pasar hambre, nosotros hemos hecho muchos compromisos en nuestro camino. Algunos motivados por malas experiencias y otros en momentos gratificantes. Unos buscaban amarrar y otros buscaban soltar. Unos fueron fruto del aprendizaje y otros del látigo que nos esclaviza. Unos se muestran con orgullo como una alianza y, otros como heridas que nos han marcado.

Quizás sería bueno descubrir cómo nos han marcado unos y otros y, aunque alguno ha sido para bien otros no, apartar esas lecciones que nos han empobrecido es una tarea preciosa en el camino. Al fin y al cabo, son piedras que nos hacen daño constantemente.

Señor dame conocimiento para reconocer los momentos que me han marcado, aquellos que han desorientado mi vida, esos que me han herido y los que me han ilusionado. Que sepa descubrir los motores de mi vida, y las anclas que me lastran, y de todo ello aprenda cuanto hay en mí de tu grandeza cuando me amas.

  • Pedir gracia a Dios para iluminarlos

Estos días remueven nuestra vida, sacando cosas que queríamos guardar pero que nos lastran. Todo el mundo tiene su mochila de heridas y ojalá todos sepan adornarla con las alegrías recibidas. Es todo un reto dar gracias todos los días, pero para ello el mejor camino es pedir Gracia a Dios para saber reconocerlas, fuerza para perseverar en la lucha y esperanza para no darse por vencido en la certeza de que las alegrías nacen del esfuerzo bien sembrado.

Señor dame tu Gracia para aprovechar estos días y crecer contigo, en amor a mí y al prójimo.

  • ¿Cuáles son los objetivos y compromisos que me dan ilusión, responsabilidad y angustias?

Hay un Evangelio que resuena en el corazón muchas veces, tener la fe de la mujer cananea (Mt 15, 21-28) que se conformaba con las migajas de pan de la mesa del Señor. Esa mujer que tenía claro el sentido de su vida, que no aspiraba a metas erróneas, que tenía en su corazón tan solo amor y gratitud, que todo ella era deseo de ser Uno con Dios y con los hermanos. Que valoraba lo pequeño como si fuera un gran regalo, que hacía de lo poco un tesoro enorme.

Señor dame la Gracia de descubrir todas las riquezas que mi vida sí posee, que no me ahogue el agobio y la tristeza por aquello que no tengo, que brillen mis ojos ante cada regalo del nuevo día, y que mi amor sea el motor de mi vida.

  • Pedir que se haga tu voluntad Señor y no la mía

El joven rico (Mc 10, 17-30) era consciente que lo había hecho todo, y que lo había hecho bien. Pero le costaba lo auténticamente difícil, abandonarse en la confianza que Dios necesita de nosotros para transformar el mundo.  El reto de nuestras vidas, es no conformarnos con hacerlo bien, o tristemente hacerlo mejor que la media, sino que nuestro reto es el de hacer aquello que podemos para que el mundo brille cada día con la certeza de tantos dones al servicio del mundo.

Señor dame Fuerza para romper mis miedos, Ilusión para superar mis vergüenzas, y Amor para curar mis culpas. Dame tanta Esperanza en que Tú me acompañas que nada me turbe el camino. Dame la compañía y el saber valorarla para superar los obstáculos. Y hazme ser instrumento para otros que me necesiten para lograrlo también

Post relacionados