IV semana: Dejarnos sorprender por Cristo

Oración del cirineo

Un camino de conversión

Cuando más tranquilo estaba

Cuando nada me pasaba

Cuando del trabajo volvía

Y a mí casa llegaba

 

Acabo cargando la cruz de este penitente

Acabo sintiendo lo que no creí merecerme

Acabo sufriendo este penar injustamente

Pero este hombre, ¿Qué ha hecho tan cruel a la gente?

 

Insultos de quienes nos rodean

Desprecio de quienes antes le seguían

Escupitajos de quienes antes curaba

Y algunas miradas en lágrimas que le mecían

 

Una caída y ni un reproche

Otra caída y ni una queja

Tercera caída y ni un gemido

No hay un caminar más digno y más sencillo

 

¿Quién es este hombre de tan gran corazón?

¿A quién ha hecho daño para sufrir este dolor?

¿Cómo le hacen esto si es Hijo de Dios?

Verdaderamente es un grande, en amor.

 

Si puedo aliviar tu penar con mi entrega, aquí me tienes

Si puedo calmar la sed de los tuyos, soy tuyo

Si puedo avivar las fuerzas con las mías, tómalas

Si puedo de algún modo ser para ti, seré feliz.

 

A distancia miro como le clavan en la cruz

No puedo dejar de mirar a quien me ha dado luz

Nadie merece ese sufrir injusto

Y Él hace de su entrega un amor sin barreras

 

¡Qué increíble es este hombre!

¡Qué creíble es este Dios!

¡Qué amor más seguible exhiben esos clavos!

¡Qué orgullo haber sido costalero en el abrazo!

Meditación

Una de las características de esta sociedad es la de la enorme dificultad para ser sorprendida. Como hemos conocido tanto, hemos vivido tanto, hemos viajado tanto y hemos visto tanto. Difícilmente tenemos capacidad de ser sorprendidos.

Una pregunta siempre complicada en esta sociedad es cuestionar por cual fue la última vez que lograron hacerle un regalo que verdaderamente le sorprendiera, le hiciera ilusión. Y es que ciertamente, cada vez parece que cuesta más sorprender. De este modo pierden fuerza los cumpleaños, aniversarios, y fiestas en general. Muchas veces ni nosotros mismos sabemos qué queremos. Y si hay cosas que nos hacen ilusión son, en demasiadas ocasiones, experiencias extremas porque las comunes ya las hemos vivido todas. Somos una sociedad agotada, que ha exprimido todas las sensaciones comunes y necesita o una dosis mayor o una dosis más extrema para volver a sentir. O lo que sería más cristiano, aprender a disfrutar más de todo y de todos.

Cristo llama a la puerta y nos habla al corazón, o como expresó el cardenal Newman en su lema como cardenal: “Cor ad cor loquitur”, el corazón habla al corazón. El lenguaje de Dios es un lenguaje de amor, y lenguaje que va del corazón de Dios al corazón del hombre. Pero ciertamente esta sociedad se enfrenta constantemente ante la tentación de acallar las voces interiores, de silenciar el corazón, racionalizándolo todo o sencillamente teniendo la mente tan ocupada con ruido y tareas que se le haga imposible escuchar al corazón.

Dios se hizo Palabra de vida, una Palabra que se torna viva y eficaz (Hebreos 4,12) en cuanto que esta se asienta en el corazón del hombre y le toca interiormente. A veces necesitamos auténticos expertos en minería para poder derribar los muros que hemos montado y llegar al corazón de nosotros. No es que lo pongamos difícil a los demás, es que a veces hasta nos lo ponemos a nosotros mismos. Es un peligro constante de esta sociedad, el no permitir que las palabras lleguen al corazón. Antes las hemos derribado con argumentos y excusas para impedirles tocarnos.

Interioridad 

Dios tiene para cada uno una Palabra de amor, de esperanza, de consuelo. Una Palabra que nace del corazón como hemos expresado y que habla de las cosas del corazón. Pero nosotros demasiadas veces queremos hablar de las consecuencias y no del origen de las cosas. No queremos oír hablar de egoísmos, de individualidades, de vocación o de misión. Preferimos hablar del problema concreto, del drama cercano, de la inquietud inmediata y del agobio constante. Una tentación de este mundo que habla de muchas cosas que le son superficiales, pero que son lo único que hay porque no hay interioridad.

Jesús es una Palabra viva, que busca llevar a Dios a nuestras vidas, avivar la llama del amor y dar vida y que la tengamos en abundancia. Es una Palabra que permanece en nosotros y que, si no la asfixiamos con el ritmo de la vida, dará fruto. En unos cientos y en otros miles, pero siempre da fruto, todo dependiendo del cuidado que le prestemos y de la tierra en que se haya plantado.

Y por supuesto, es una Palabra eficaz. No para resolver los problemas de este mundo, pues esos son del hombre y no de Dios. Dios lo creó todo y era bueno, pero el hombre no siempre sabe ver esa bondad ni se atreve a vivirla tal cual es. Nuestra tentación es que Dios nos dio este mundo para dominarlo, pero no de cualquier modo, sino como Él mismo lo domina, dándole libertad y disfrutando de él. Ahora nos toca a nosotros superar la necesidad de controlarlo todo, de poseerlo todo, de dominarlo a nuestro antojo y no respetando su verdad. “Pedid y se os dará” (Mt 7, 7-11), pero ¿Acaso si un niño le pide a su padre un palo para pegarle a su hermano se lo dará? Por supuesto que no, pero si le pide un trozo de pan, unas migajas de pan, por supuesto que lo recibirá.

Jesús nos acompaña, si paramos, Él para, si retrocedemos, Él retrocede, si adelantamos, Él adelanta. Pero no podemos esperar que Él esté tirando siempre del carro de nuestra vida. Ningún buen padre educa así a sus hijos, Jesús no hizo eso con sus discípulos. ¿Porqué entonces buscamos una paternidad de Dios que difícilmente es buena para nosotros?

El amor es totalidad 

Los discípulos nos regalan una visión de Jesús que nos ayuda en este camino, ellos nos “anuncian lo que han visto y oído” (1 Juan), nos muestran su encuentro personal, y en ese camino su sorpresa. No era el Mesías que esperaban, y quizás eso debería ya darnos una pista sobre a quién buscamos. Y si no le estamos poniendo cada vez más difícil el sorprendernos. Como esas parejas que están todo el día intentando desvelar la sorpresa que le han preparado, y al mismo tiempo deseando ser sorprendidos. Deberíamos aclararnos, ¿estamos dispuestos a relajarnos y disfrutar del camino? ¿o nos puede saber todos los detalles y dominarlo todo obsesivamente?

El amor solo tiene una regla, la totalidad (1 Cor 13), basta con ser cada día un aprendiz, basta con sentirnos responsables de los demás, basta con abrirse al crecimiento mutuo, basta con aprender a mirar y escuchar. Ciertamente es un reto enorme, pero no hay mejor forma de encontrarse que la de caminar juntos, esa que nos permite descubrirnos y saber cuánto bien nos hacemos mutuamente. Ya podríamos mover montañas, controlar los cielos, adentrarnos en las profundidades, o conocer todo el saber, que sino hay amor en todo lo que hacemos nada de eso nos llenará. Porque el amor no es solo el sentimiento que surge como consecuencia de su presencia, es la presencia del otro en nuestro interior de tal modo que no sea uno, sino que seamos dos que vivimos en el mismo amor.

El amor no es disolución, no es control, no es conocimiento, ni tan siquiera es diversión. El amor es integrarnos en un proyecto mayor que ambos, es envolvernos en la manta de la esperanza, es descubrir los mil detalles de lo que tenemos delante y no vemos, y finalmente es la alegría que supone ver crecer el fruto que surge.

Es importante que tras el amor hay un aprendizaje, como en todo. Un aprender a amar, y un aprender a sabernos amados. Porque no somos amado cuando nos dan lo que queremos, atienden nuestras peticiones, se está solicito a la respuesta positiva, o todo va genial. El sabernos amados no es que todo sea a gusto del consumidor, mas bien es que viva en la verdad que compartimos, viva en la esperanza que nos ilusiona, en la confianza mutua que nos anima, y en la libertad que nos desarrolla.

Ser amados no es llevar las cuentas de las veces que no nos atienden, o nos consuelan, sino más bien es aprender a no necesitar tanto ser consolados como consolar. No somos el niño que dirá a que sus padres no lo quieren porque no atienden sus deseos.

Ser amados no es la dependencia o necesidad del otro, pues a una persona no se la necesita, se necesitan cosas pero no personas. Las personas son autónomas y su autonomía es el orgullo de unos padres que han contribuido a su educación. No somos el adolescente que dirá que te necesito como al aire que respiro, sino el adulto que disfruta tan solo oliendo el perfume de la presencia del otro.

Diálogo amoroso 

De hecho, ser amados no es la indiferencia y respetos falsos, no es cuestión de que cada uno tenga su sitio o su lugar, esto no es una pensión con camas separadas. No somos ese adulto que calla para no pelearse y soporta la cruz en silencio hasta que un día revienta y es peor. Porque somos diálogo amoroso, somos responsabilidad con el otro, que junto al otro crece y se fortalece.

Ser amados no es decir mentirijillas piadosas y ocultar cosas para evitar problemas. Como esas parejas que no se cuentan todo, para al final acabar contándose solo cosas intrascendentes. La verdad del amor es aprender a descubrir que nada de lo mío es mejor que lo tuyo, y que nada tuyo es peor que lo mío. Es aprender que todos tenemos nuestras piedras en el camino y que si me ayudas a descubrirlas te estaré eternamente agradecido. Que es necesaria una intimidad en la que ambos cuidemos de nuestra vida interior, y una vida interior que logre cuidarnos.

Qué importante es dejarnos sorprender por Cristo, pero para ello hemos de dejarle margen al amor, un margen de confianza y respeto sinceros, un margen de orgullo en lo que podemos dar cada uno, un margen desde el amor que nos alimenta y une.

Dejar a Dios hacer de Dios y nosotros centrarnos en ser lo mejor de nosotros mismos. Qué penas las personas que a la ancianidad afirman que ya se quieren morir porque no pueden hacer nada, cuando la belleza nunca está en lo que haces sino en lo que eres al hacerlo. Por eso aprender a ser personas dispuestas a abandonarse en el otro es precioso, y a dejarnos sorprender por Cristo es necesario. No lo olvides, ¡Solo Dios basta!

Abiertos al descubrimiento

Ahora el reto es aprender a ser sencillos, a vivir con poco, a conformarse con todo, a cerrar los ojos y aprender a escuchar, a relajarse en la contemplación de la belleza universal. La sorpresa no está en grandes milagros, sino en descubrir en la sencillez de la vida la magnificencia de Dios. Aquel que hizo el organismo más perfecto en el hombre, la atmosfera más perfecta en la naturaleza, el clima más perfecto cada día, y el amor más perfecto en descubrirnos.

La sorpresa de Cristo no está en que todo cambie, ni en que nada cambie, no está en grandes cosas nuevas, ni siquiera en reencuentros soñados. Dejarnos sorprender por Cristo es confiar e ir de su mano, como los discípulos de Emaús, que no se dieron cuenta de la gran sorpresa que tenían delante hasta que re-conocieron a Jesús. El volver a conocerle, a encontrarnos, a enamorarnos.

Como le recordó a la Iglesia de Éfeso: “Tengo contra ti que has olvidado tu primer amor” (Ap  2, 1-5), ahora nos toca recordar ese primer amor para ahí descubrir la gran sorpresa, nunca desapareció de nosotros, siempre estuvo ahí esperando nuestro regreso.

Puntos de meditación para esta semana:

La tentación de la comodidad

En la sociedad del confort, en la sociedad del cansancio, donde siempre estamos agotados y cansados, incluso cuando estamos de vacaciones. Esas vacaciones de las que muchos incluso acaban rogando volver al trabajo. En esa sociedad, toca mirar cómo el cansancio no es físico sino anímico, y cómo necesitamos encontrar motivaciones, y dejarnos sorprender por Cristo.

Señor dame comprensión para ver el camino que he de vivir, fuerza para aceptar mis debilidades, ilusión para apoyarme en mis fortalezas, y alegría para saber compartirlas con generosidad.

El peligro del rendimiento

Una dinámica actual que es necesario que trabajemos individual y colectivamente, es la autoexigencia del rendimiento. Esa por la que no nos conformamos con hacer lo que podemos, sino que tenemos un horizonte por el que hemos de hacer lo que debemos. Aunque sinceramente ese deber no sea algo que hayamos reflexionado, sino que nos viene impuesto. Para colmo, no sabemos bien quien nos lo impone, y si nos paramos a pensar descubrimos que es una autoimposición.

El nivel de autoexigencia del rendimiento llega hasta tal punto, que muchas personas ya no saben qué hacer cuando están tranquilos, se sienten mal por estar relajados. Necesitan actividad y frenesí porque no saben lo que es sencillamente disfrutar. Es un rendimiento que logra asfixiar el alma, y que nos impide y limita todo lo que hacemos y sentimos.

Esta dinámica nos abruma a muchos niveles, ahoga la creatividad, impide un disfrute honesto del aburrimiento, nos incapacita para un mejor aprovechamiento, y arrastra las cuestiones importantes a una tarea más de la larga lista presente. Ejemplos sobran, padres que se convierten en taxistas, jubilados que se arrepienten de su jubilación, enfermos frustrados por no poder hacer nada, matrimonios que no descansan ni en vacaciones, cansancio de todos y cansancio sin sentido.

Señor dame conocimiento para reconocer los momentos que me han marcado, aquellos que han desorientado mi vida, esos que me han herido y los que me han ilusionado. Que sepa descubrir los motores de mi vida, y las anclas que me lastran, y de todo ello aprenda cuanto hay en mí de tu grandeza cuando me amas.

Pedir Gracia (1 Cor 3, 7-9)

De modo que ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios que hace crecer. Y el que planta y el que riega son una misma cosa, si bien cada cual recibirá su salario según su propio trabajo, ya que somos colaboradores de Dios y vosotros, campo de Dios, edificación de Dios”.

Todos recibiremos nuestro salario, la confianza en ello es todo un gesto de amor a Dios. Por eso, demos gracias por cada cosa que nos ocurre, cada persona y cada momento, cada encuentro y cada acontecimiento. El reto es precioso y sencillo, ser campo de Dios, ser templo de Dios, ser lugar y espacio para que el Dios temporal se muestre al resto de la humanidad a través de cada uno de nosotros.

Señor dame tu Gracia para aprovechar estos días y crecer contigo, en amor a mí y al prójimo.

El peso y el cansancio Rom 8, 17-18

Es importante tener en cuenta en nuestra oración personal que somos Hijos de Dios, pero no solo en la Gracia, sino como nos recuerda San Pablo: “herederos de Dios, y coherederos de Cristo, si compartimos sus sufrimientos, para ser también con él glorificados”. El reto es entonces ese, aprender a descubrirnos como sagrarios de Cristo en la cruz, que se entrega a los demás, que se dona a sí mismo, que regala lo mejor de Él para que todos tengan vida y la tengan en abundancia. ¡Somos suyos y a Él volvemos!

Qué bonito es sabernos ahí, envueltos en el costado de Cristo, mirando al mundo a través de la herida de la lanzada.

Señor dame la Gracia de descubrir todas las riquezas que mi vida sí posee, que no me ahogue el agobio y la tristeza por aquello que no tengo, que brillen mis ojos ante cada regalo del nuevo día, y que mi amor sea el motor de mi vida.

La Pasión como motor

Un amor apasionado se desvive por el otro, y no entiende su vida sino es en la entrega generosa. Un padre daría la vida por sus hijos, un matrimonio moriría en el abrazo mutuo, unos amigos irían codo con codo al fin del mundo, y unos cristianos mirarían todo con los ojos misericordiosos de Dios Padre, que siente pasión por sus hijos pero que les respeta y anima desde la distancia. Como en un partido en que sus hijos están jugando y Él dándole consejos y motivándolos para seguir adelante. ¡Hoy sé un hincha de los tuyos, un forofo de tus amigos, un fans de tu pareja, y un testigo de Cristo!

Señor dame Fuerza para romper mis miedos, Ilusión para superar mis vergüenzas, y Amor para curar mis culpas. Dame tanta Esperanza en que Tú me acompañas que nada me turbe el camino. Dame la compañía y el saber valorarla para superar los obstáculos. Y hazme ser instrumento para otros que me necesiten para lograrlo también.

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