Jueves de la 13ª semana del Tiempo Ordinario (B)

Lectura del santo Evangelio según Mateo (9, 1-8)

Subió Jesús a una barca, cruzó a la otra orilla y fue a su ciudad. En esto le presentaron un paralítico, acostado en una camilla. Viendo la fe que tenían, dijo al paralítico: «¡Animo, hijo!, tus pecados te son perdonados». Algunos de los escribas se dijeron: «Este blasfema». Jesús, sabiendo lo que pensaban, les dijo: «¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir: “Tus pecados te son perdonados” o decir: “Levántate y echa a andar”? Pues, para que veáis que el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados -entonces dice al paralítico-: “Ponte en pie, coge tu camilla y vete a tu casa”». Se puso en pie. y se fue a su casa. Al ver esto, la gente quedó sobrecogida y alababa a Dios, que da a los hombres tal potestad.

Comentario

La gente alababa a Dios
Jesús hace el milagro de que un paralítico vuelva a andar. Sucede en Cafarnaún, la ciudad de sus predicaciones, importante cruce de caminos de las caravanas. El episodio del paraalítico está muy abreviado en Mateo, frente a la profusión de detalles del mismo relato en Marcos, con todo el trajín del techo y los amigos descolgando al hombre en la camilla. En el relato de hoy, el evangelista quiere destacar la controversia que se instala en el corazón de los maestros de la ley cuando se dan cuenta de que Jesús el Nazareno se arroga una prerrogativa divina: el perdón de los pecados. Para quienes no tienen fe, devolverle la movilidad en las piernas a un entumecido es algo prodigioso. Pero más prodigioso resulta devolverle la gracia a quien ha pecado. Y Jesús lo hace a la vista de todos, en abierto desafío con los escribas, para que sus signos hablen por Él. Frente a esa actitud desdeñosa de los que se consideran doctos, la alabanza espontánea en que prorrumpe el pueblo cuando se da cuenta del milagro que acaba de presenciar. Bendito sea Dios.

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