SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO, obispo y doctor de la Iglesia, memoria obligatoria (A)

Lectura del santo Evangelio según san Mateo (13, 36-43)

Luego dejó a la gente y se fue a casa. Los discípulos se le acercaron a decirle: «Explícanos la parábola de la cizaña en el campo». Él les contestó:

«El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los ciudadanos del reino; la cizaña son los partidarios del Maligno; el enemigo que la siembra es el diablo; la cosecha es el final de los tiempos y los segadores los ángeles. Lo mismo que se arranca la cizaña y se echa al fuego, así será el final de los tiempos: el Hijo del hombre enviará a sus ángeles y arrancarán de su reino todos los escándalos y a todos los que obran iniquidad, y los arrojarán al horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre. El que tenga oídos, que oiga.

 

Lo mismo que se arranca la cizaña y se echa al fuego, así será al final de los tiempos

Sólo Dios es juez. No nos corresponde a nosotros juzgar a nadie, mucho menos por la simple apariencia. La explicación de la parábola del trigo y la cizaña encierra una gran verdad fundamental en la vida de fe: todos somos pecadores necesitados de conversión. Nadie puede sentirse a salvo, nadie puede señalar a otro. Es la tentación del puritanismo que siempre acecha en la vida espiritual cuando nos creemos íntimos de Dios como le pasaba a Moisés en la tienda del encuentro. Entonces es fácil dejarse llevar por la apariencia y declarar a un lado los justos -entre los que, faltaría más, nos incluimos- y al otro, los réprobos. Pero la separación de los chivos y los corderos sólo le corresponde a Dios en el juicio final cuando la consumación de los tiempos. Lo que nos recuerda la explicación de la parábola es que en nuestro corazón crecen a la vez el trigo plantado por el divino Sembrador y la  cizaña que esparció el Enemigo. No nos corresponde arrancarla porque sólo Dios puede discernir ambas espigas sin riesgo de arrancar lo bueno ni dejar pasar lo malo.

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