XIX Domingo del Tiempo Ordinario (B)

Lectura del santo Evangelio según Juan (6, 41-51)

Los judíos murmuraban de él porque había dicho: «Yo soy el pan bajado del cielo», y decían: «¿No es este Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo dice ahora que ha bajado del cielo?». Jesús tomó la palabra y les dijo: «No critiquéis. Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me ha enviado. Y yo lo resucitaré en el último día. Está escrito en los profetas: “Serán todos discípulos de Dios”. Todo el que escucha al Padre y aprende, viene a mí. No es que alguien haya visto al Padre, a no ser el que está junto a Dios: ese ha visto al Padre. En verdad, en verdad os digo: el que cree tiene vida eterna.

Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron; este es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo».

Comentario

El pan del cielo es el elemento vertebrador de las lecturas de este domingo. El profeta Elías solo, fugitivo y descorazonado, va a repetir la experiencia del pueblo en el desierto. La retama, único cobijo frente al sol abrasador, recuerda a la situación vivida por Jonás (Jon 4,8). Pero mientras este último se deseaba la muerte al secarse su único alivio (el ricino), Elías se lamenta aun conservando esta sombra reconfortante. Ello evoca el recuerdo de las protestas y murmuraciones del pueblo en el desierto que deseaba haber muerto en Egipto (Ex 16,3). La retama establece también la conexión con la estancia de los israelitas en el desierto a través de la fiesta de las Tiendas, ya que estas debían ser construidas con ramas (Neh 8,15).

Pero el signo principal de la experiencia del desierto lo constituyen el pan cocido y el jarro de agua, que rememoran el maná y el agua de la roca (Ex 16, 1-17,7). Ambos elementos sostienen al profeta en su camino al Horeb durante cuarenta días, como sostuvieron al pueblo durante cuarenta años. Este pan material, que sustenta la vida física de Elías en su peregrinar, no es más que una sombra del auténtico pan vivo bajado del cielo, Cristo. Con él se supera definitivamente esa muerte que el Tesbita había llegado a desearse, y se entra en la esfera de la vida divina que tiene dimensión de eternidad.

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