Viernes de la 12ª semana del Tiempo Ordinario (B)

Lectura del santo Evangelio según Mateo (8, 1-4)

Al bajar Jesús del monte, lo siguió mucha gente. En esto, se le acercó un leproso, se arrodilló y le dijo: «Señor, si quieres, puedes limpiarme». Extendió la mano y lo tocó diciendo: «¡Quiero, queda limpio!». Y enseguida quedó limpio de la lepra. Jesús le dijo: «No se lo digas a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote y entrega la ofrenda que mandó Moisés, para que les sirva de testimonio».

Comentario

Si quieres, puedes limpiarme
El deseo universal de quien está enfermo es curarse. Los hospitales están repletos de personas que ansían una cura para sus males, un remedio que los sane y los devuelva a la vida normal, fuera de aquella casa de salud donde los médicos operan. En el caso de la lepra, a ese deseo por verse libre de una enfermedad sin cura posible, se unía el estigma social que obligaba al enfermo a vivir en lazaretos, aislado y sin contacto para prevenir contagios. Quizá esa parte de la historia nos suene un poco más, porque nosotros mismos la hemos experimentado en nuestras propias carnes hace poco más de un año cuando se restringieron los contactos sociales para detener la infección por coronavirus. Así que el primer signo que inaugura el capítulo en el que el evangelista Mateo va a recopilar muchos de los prodigios del Señor es uno tan fuera de duda como la purificación de un enfermo de lepra. Y no sólo lleva aparejada la cura de esa terrible infección, que hoy sabemos de origen bacteriano, sino su reinserción social en la comunidad de la que tuvo que apartarse. Ese es el motivo por el que lo envía de vuelta al templo para presentar la ofrenda con la que el sacerdote lo va a dar por readmitido en la sociedad. En clave teológica, es tan evidente que la lepra del alma se llama pecado y que separa del resto de la comunidad, que no hace falta insistir más. Es Jesús quien trae la salvación a la vida de este leproso como a la del pecador arrepentido: y no sólo borra la causa de sus males sino que lo devuelve al grupo del que se apartó, como una oveja descarriada a hombros del Buen Pastor. Piénsalo la próxima vez que el confesor te conceda la absolución de tus pecados.

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