San Lorenzo, diácono y mártir (A)

Lectura del santo evangelio según San Juan (12, 24-26)

«En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto.

El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna.

El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo honrará».

Comentario

A quien me sirva, el Padre lo honrará

El Evangelio nos pone por delante este día de San Lorenzo la voluntad del Padre por encima de la propia. Esto y no otra cosa es aborrecerse uno mismo en este mundo para ganar la vida eterna. Jesús invita a sus seguidores a darse como la semilla se da a sí misma, en un acto de entrega que implica su  propia muerte, su enterramiento para poder germinar y que nazca la planta. El grano de trigo encierra un potencial enorme, pero sólo se convierte en espiga granada una vez la simiente
cae en la tierra y se dona. Así es el amor al prójimo -servir a Jesús es servir al prójimo- para saltar a la vida eterna: un gesto altruista de donación que entierra el amor propio para ofrecerse al hermano. Quien sirva al prójimo, está sirviendo a Jesús; y a quien sirva a Jesús, el buen Padre lo honrará y lo colmará de vida plena para toda la eternidad. El diácono Lorenzo, mártir, del que la Iglesia universal hace memoria hoy nos muestra el camino aunque no vayamos a acabar sobre una parrilla. Al menos, física.

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