San Benito, abad, patrono de Europa (A)

Lectura del santo evangelio según San Mateo (19, 27-29)

Entonces dijo Pedro a Jesús: «Ya ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido; ¿qué nos va a tocar?». Jesús les dijo: «En verdad os digo: cuando llegue la renovación y el Hijo del hombre se siente en el trono de su gloria, también vosotros, los que me habéis seguido, os sentaréis en doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel. Todo el que por mí deja casa, hermanos o hermanas, padre o madre, hijos o tierras, recibirá cien veces más y heredará la vida eterna».

Comentario:

«¿qué nos va a tocar?»

     Desde luego que la lotería seguro que no. Con los planteamientos de este mundo parece que si se deja algo es para recibir alguna compensación por la renuncia. Renunciar a cosas legítimas no es nada fácil, pero aún se hace más difícil e incomprensible si a cambio no hay una contraprestación. Es difícil entender una renuncia gratuita y generosa. Esto es lo que nos pide el Señor.
     La recompensa para quien deje las cosas de este mundo no se perderá, ciertamente al Señor no hay quien le gane en generosidad. Claro que, el Señor no paga con monedas o criterios mundanos, su paga viene dada de otra manera. Lo que parecía una pérdida: «quien deje casa, hermanos o hermanas, o padre o madre, o esposa o hijos, o propiedades», se convierte en una ganancia rentable «recibirá cien veces más» y en una inversión de futuro: «y heredará la vida eterna».
     El que invierte en bonos, acciones bursátiles o juegos de azar tiene alguna posibilidad de que le toque un ganar si los mercados van bien o tiene suerte en el juego. Quien invierte sus energías en seguir a Jesucristo de veras, con interés y entrega, con una auténtica confianza, siempre ganará en libertad, alegría, paz, madurez humana, magnanimidad, mansedumbre… y en el futuro la vida eterna.
     «¿Qué nos va a tocar?» Si nos entregamos al Señor, verdaderamente, sin pretender nada a cambio, sin querer «chantajear» pidiendo favores al Señor a cambio de pretendidos agradecimientos, si servimos al Señor y lo seguimos «a fondo perdido» no llegamos ni siquiera a imaginar lo que nos tocará.

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