Sábado de la 32ª semana del Tiempo Ordinario (A)

Lectura del santo evangelio según San Lucas (18, 1-8)

Les decía una parábola para enseñarles que es necesario orar siempre, sin desfallecer. «Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. En aquella ciudad había una viuda que solía ir a decirle: “Hazme justicia frente a mi adversario”. Por algún tiempo se estuvo negando, pero después se dijo a sí mismo: “Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está molestando, le voy a hacer justicia, no sea que siga viniendo a cada momento a importunarme”». Y el Señor añadió: «Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que claman ante él día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?».

Comentario:

«Ni temo a Dios ni me importan los hombres»

     Lamentablemente hay muchas personas que aunque no lo digan tienen esta filosofía de vida, van a lo suyo y sólo le importan sus propios asuntos e intereses. En estos momentos difíciles, en los que la pandemia por este coronavirus nos azota, hay quienes van sin mascarilla ni guardan las distancias sanitarias exigidas, quienes se saltan horarios y restricciones de aforo para hacer sus fiestas. Actitudes que denotan, más allá de una falta de responsabilidad e insensibilidad ante lo que está ocurriendo, un egoísmo tremendo.
     Quien dice no temer a Dios ni importarle los hombres vive endiosado, se coloca en el centro de su universo y vive en su micro-cosmos como si fuese lo único válido e importante para él. Vivir mirándose el ombligo es ciertamente una pobreza humana.
     Aquella viuda, del Evangelio que hoy leemos, sabe que el juez piensa y actúa de esa manera, pero ella no monta en cólera ni pone una denuncia o le hace una cacerolada. Ella insiste en su petición de justicia, insiste a tiempo y destiempo, hasta que consigue su objetivo al ser escuchada en su petición. Es por su insistencia que lo consigue, aunque el juez cree que puede acabar con una actitud violenta, «pegándome en la cara».
     El Señor nos enseña sobre la virtud de la perseverancia. Tenemos que perseverar en la consecución del bien que perseguimos, perseverar en nuestra petición de justicia, insistir en nuestra oración, haciendo una lectura espiritual; y en «nuestra reclamación ante el juez» si hacemos una lectura social del Evangelio. No nos cansemos de pedir al Señor por el cese de la pandemia ni de exigir a los hombres el cumplimiento de las indicaciones sanitarias necesarias para frenar, de una vez, el alcance de esta tragedia que vivimos.

 

 

 

 

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