San Juan Crisóstomo, obispo y doctor de la Iglesia (C)

Lectura del santo Evangelio según Lucas (7, 11-17)

Poco tiempo después iba camino de una ciudad llamada Naín, y caminaban con él sus discípulos y mucho gentío. Cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, resultó que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda; y un gentío considerable de la ciudad la acompañaba. Al verla el Señor, se compadeció de ella y le dijo: «No llores». Y acercándose al ataúd, lo tocó (los que lo llevaban se pararon) y dijo: «¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!». El muerto se incorporó y empezó a hablar, y se lo entregó a su madre. Todos, sobrecogidos de temor, daban gloria a Dios, diciendo: «Un gran Profeta ha surgido entre nosotros», y «Dios ha visitado a su pueblo». Este hecho se divulgó por toda Judea y por toda la comarca circundante.

Comentario

¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!

Todo es dramático en el texto. Una mujer viuda, con lo que eso suponía en la Palestina de aquella época, que pierde a su único hijo y, por lo tanto, quedaba desprotegida por completo sin un varón que la sustentara. Jesús se compadece de tal circunstancia y se atreve a hacer algo impensable incluso para sus seguidores, que se quedan petrificados. Tocar un cadáver era motivo de exclusión de la vida pública y requería de ritos de purificación durante al menos una semana para volver a incorporarse a la sociedad. Y, sin embargo, Jesús se atreve a cruzar esa frontera… que él no ve porque el joven no está muerto y obedece su orden de levantarse. Es una exhortación fuerte, sin componendas: «¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!». De hecho, te la está repitiendo a ti, que estás medio muerto en vida. Levántate.

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