Martes de la 6ª semana de Pascua (A)

Lectura del santo Evangelio según san Juan (16, 5-11)

Ahora me voy al que me envió, y ninguno de vosotros me pregunta: “¿Adónde vas?”. Sino que, por haberos dicho esto, la tristeza os ha llenado el corazón. Sin embargo, os digo la verdad: os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito. En cambio, si me voy, os lo enviaré. Y cuando venga, dejará convicto al mundo acerca de un pecado, de una justicia y de una condena. De un pecado, porque no creen en mí; de una justicia, porque me voy al Padre, y no me veréis; de una condena, porque el príncipe de este mundo está condenado.

 Si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito

El cumplimiento de la promesa del Padre exige que el Hijo vuelva con él. Sólo entonces el Espíritu Santo dirige la vida de los cristianos, animados por la imitación de Cristo y el amor a la voluntad de Dios. Es el Espíritu que aletea en el encarcelamiento y flagelación de Pablo y Silas que escuchamos en la primera lectura del día, tomada de los Hechos de los Apóstoles. El Paráclito los sostiene en aquellos primeros tiempos de predicación y también hoy en estos tiempos de descreimiento generalizado y, por tanto, también de predicación. La venida del Espíritu Santo, que intuimos ya cercana en la solemnidad de Pentecostés, afronta el pecado de la incredulidad del mundo y sus afanes. Prueba la injusticia cometida con Jesús y el carácter diabólico de muchos de sus planteamientos excluyentes de Dios. Esa es la realidad que el Espíritu Santo desvela: Jesús ha vencido a la muerte y al enemigo, ha inaugurado un nuevo camino hacia la gloria con su resurrección.

Post relacionados