San Felipe Neri, presbítero (B)

Lectura del santo Evangelio según Marcos (10, 32-45)

Estaban subiendo por el camino hacia Jerusalén y Jesús iba delante de ellos; ellos estaban sorprendidos y los que seguían tenían miedo. Él tomó aparte otra vez a los Doce y empezó a decirles lo que le iba a suceder: «Mirad, estamos subiendo a Jerusalén, y el Hijo del hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas; lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles, se burlarán de él, le escupirán, lo azotarán y lo matarán; y a los tres días resucitará». Se le acercaron los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y le dijeron: «Maestro, queremos que nos hagas lo que te vamos a pedir. Les preguntó: «¿Qué queréis que haga por vosotros?». Contestaron: «Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda». Jesús replicó: «No sabéis lo que pedís, ¿sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?». Contestaron: «Podemos». Jesús les dijo: «El cáliz que yo voy a beber lo beberéis, y seréis bautizados con el bautismo con que yo me voy a bautizar, pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, sino que es para quienes está reservado. Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Santiago y Juan. Jesús, llamándolos, les dijo: «Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por la multitud».

Comentario

El que quiera ser grande, que sea vuestro servidor
Al tercer anuncio de la pasión, ni más ni menos, responden los hijos del Zebedeo, los hermanos Santiago y Juan, con una fruslería tan mundana que causa bochorno ajeno. No se han enterado de nada estos apóstoles. Les está hablando Jesús de los padecimientos a los que se enfrentará en Jerusalén (conocidos y aceptados por designio redentor) y ellos les salen con los sitiales de honor en la gloria. A ver si cuela, a ver si no se les adelanta ningún otro y se les concede lo que piden, total, qué más da. Esa es nuestra mentalidad alicorta, la forma de pensar en la que anteponemos nuestros propios intereses a cualquier otra cosa. Aunque sea a riesgo de romper la unidad del grupo de discípulos. Pero Jesús los reconviene con cariño, sabiendo que no pueden hacer otra cosa distinta a la que hacen, ¡si conocerá a los hombres él, que se ha hecho uno de nosotros! Y la norma de conducta como corolario: el que quiera ser grande, que sea vuestro servidor. Se acabaron las carreras por las dignidades, las condecoraciones y los reconocimientos. Tantos merecimientos como aireamos para que se nos considere como pensamos que es debido y Jesús nos pone el espejo de su propio sufrimiento, de su propio impagable servicio en rescate por la multitud, sí, pero -no se te olvide- por supuesto, por ti.

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