Sábado de la 3ª semana del Tiempo ordinario (B)

Lectura del santo evangelio según Marcos (4, 35-41)

Aquel día, al atardecer, les dice Jesús: «Vamos a la otra orilla». Dejando a la gente, se lo llevaron en barca, como estaba; otras barcas lo acompañaban. Se levantó una fuerte tempestad y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua. Él estaba en popa, dormido sobre un cabezal. Lo despertaron, diciéndole:

«Maestro, ¿no te importa que perezcamos?». Se puso en pie, increpó al viento y dijo al mar: «¡Silencio, enmudece!». El viento cesó y vino una gran calma. Él les dijo: «¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Se llenaron de miedo y se decían unos a otros: «¿Pero quién es este? ¡Hasta el viento y el mar lo obedecen!».

Comentario:

«Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?»

     Todos recordamos las palabras del Papa Francisco, al comienzo de la pandemia, reflexionando sobre este pasaje evangélico en una plaza de San Pedro vacía y bajo la lluvia.
     Comenzaba el Papa diciendo que hacía unas semanas parecía que todo se había vuelto atardecer, oscuro. Ahora diríamos que ya es casi un año de noche oscura, de dolor intenso, de silencio del cielo a tantos ruegos y súplicas. Seguimos en la misma barca, con mucho más miedo, las mismas incertidumbres y el desasosiego que provoca una «tormenta» que azota incansablemente ola tras ola. Todos en la misma barca pero con actitudes muy diferentes, pues mientras unos (personal sanitario e investigadores) reman contra viento y marea, otros viven con frivolidad tan dramática situación, inconscientes de que si la barca se hunde nos hundimos todos.
     Comentaba el Papa Francisco que es fácil identificarse con la historia que hoy narra el Evangelio, lo difícil es entender la actitud de Jesús, que permanece en la parte de la barca que primero se hunde, y a pesar del ajetreo y el ruido del mar y del viento, duerme tranquilo. Y cuando despiertan a Jesús, calma el mar y les echa en cara su incredulidad, su falta de fe.
     Afirmaba el Papa lo duro que es decir a alguien ¿no te importo? es lo que le vinieron a decir los apóstoles a una. Amedrentados por la tormenta que pone al descubierto la vulnerabilidad, se pierden las propias seguridades. Esas falsas seguridades que «nos creamos» los hombres.
     A la pregunta de los apóstoles «¿no te importa que nos hundamos?» Jesús responde con calmando el mar y preguntándoles «¿por qué tenéis miedo? ¿aún no tenéis fe?». Les pregunta por su confianza, ¿aún no confiáis en mí? ¿no os da seguridad estar conmigo?
     ¿Acudimos a Él sólo cuando estamos desesperados? Porque mientras controlamos el temporal con nuestras habilidades, con nuestras fuerzas, nuestros conocimientos y desarrollo científico y técnico, todo está muy bien y se nos olvida que Jesús viene con nosotros. Es cuando perdemos nuestras «seguridades» que vamos a reclamar su ayuda, casi echándole en cara que no le importamos.
     La «tormenta» se alarga en el tiempo, durando mucho más de lo que desearíamos, pero ¿mantemos las lecciones aprendidas? o ¿se tiene que perpetuar la tormenta en el tiempo para que seamos capaces de despertar y entender la realidad tal como es? Tal vez muchos aún permanecen dormidos sin aprender nada de cuanto está ocurriendo y nos creemos que es el Señor el que duerme o mira para otro lado.

 

 

 

 

 

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