Sábado de la 30ª semana del Tiempo Ordinario (A)

Lectura del santo evangelio según San Lucas (14, 1. 7-11)

Un sábado, entró él en casa de uno de los principales fariseos para comer y ellos lo estaban espiando.

Notando que los convidados escogían los primeros puestos, les decía una parábola: «Cuando te conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal, no sea que hayan convidado a otro de más categoría que tú; y venga el que os convidó a ti y al otro, y te diga: “Cédele el puesto a este”. Entonces, avergonzado, irás a ocupar el último puesto. Al revés, cuando te conviden, vete a sentarte en el último puesto, para que, cuando venga el que te convidó, te diga: “Amigo, sube más arriba”. Entonces quedarás muy bien ante todos los comensales. Porque todo el que se enaltece será humillado; y el que se humilla será enaltecido».

Comentario:

«Cuando te conviden a una boda…»

     En este tiempo difícil que estamos viviendo se han suspendido la mayoría de las bodas, y con las restricciones de aforo complicado es que nos inviten a una. Esta pandemia que sufrimos está cambiando muchas cosas, lo que no es tan fácil que cambien son las actitudes de los hombres. Demasiadas veces hemos oído quejas de unos y otros porque estuvieron en una boda y lo sentaron en una esquina, al lado de los servicios, en una mesa muy alejada de los contrayentes, etc. Es la manía que tenemos los hombres. movida por la soberbia, de querer ser los primeros, que nos tengan en cuenta, que nos coloquen en un pedestal.
     No vale la falsa humildad de colocarse en el último lugar esperando que vengan a llamarnos para ponernos en un sitio mejor, porque si no te llaman para adelantarte a otro puesto la frustración dará lugar al enfado y éste a la ira.
     Jesucristo nos enseña todo lo contrario, nos enseña a humillarnos, como hizo Él mismo cuando se despojó de su condición divina para hacerse semejante a nosotros, en todo menos en el pecado. «Todo el que se enaltece será humillado; y el que se humilla será enaltecido», y esto nos lo enseña no sólo con palabras, sino con su propia vida en la Encarnación y en su muerte de Cruz. Humillado por la muerte y enaltecido en la gloriosa resurrección.
     Quien vive con humildad tiene mucha paz en su corazón porque no busca ni pretende grandeza o reconocimiento alguno y si algún día lo encuentra, además de ruborizarse, lo agradecerá sinceramente no como un merecimiento sino como un detalle excesivo. La humildad da la verdadera felicidad porque no se pretende nada y se agradece todo.

 

 

 

 

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