“Vino a los suyos y los suyos no le recibieron” (Jn 1, 11)… ¿Podemos permitirnos hoy rechazar al Niño de Belén?

¿Podemos permitirnos hoy rechazar al niño de Belén?

Estamos ya de lleno en un nuevo Adviento, algo peculiar sin duda. El calendario fue avanzando desde la primavera en que un virus desconocido puso patas arriba toda nuestra civilización, cuyos cimientos se tambalearon. Pero -nos preguntábamos- el hombre de comienzos del siglo XXI ¿no había conseguido ser autosuficiente, dejando atrás la dependencia de dioses o moral alguna? ¿No se aventuraba incluso a liberarse de la naturaleza humana, manipulándola y transgrediendo sus leyes desde los transhumanismos con que aspiraba a una cuasi vida eterna sin enfermedades o muerte? Llega un simple y microscópico bichito y todo se desbarata.

Quizá eso explique la tristeza y el desencanto del ambiente, los corrillos en que se repite “este año no hay Navidad”… Es verdad que, excepcionalmente se ha oído alguna reacción en contra, como la del cura navarro al que llamó el Papa para felicitarle. Las abuelas dicen que prefieren contaminarse a no ver a hijos y nietos, lo que les mataría. Y los gobiernos tratan de paliar las posibles consecuencias sanitarias de las tan temidas aglomeraciones, sobre todo de jóvenes, hartos ya de la situación…

Sin duda, el fenómeno se refleja en la economía hundida como nunca, en los parados, en las familias angustiadas… Hay que volcarse: la Iglesia lo está haciendo, y reforzará sus esfuerzos para socorrer y, sobre todo, llevar luz y esperanza a los corazones en esta Navidad. El Papa Francisco en Fratelli tutti agarra el toro por los cuernos con su habitual estilo de “salir a las intemperies” y rescatar a los “descartados”, que necesitan especialmente de amor y acogida fraterna. Y es que debemos vivir juntos, pero no sabemos cómo hacerlo. Hay que aprender. Porque –como dice uno de los prefacios del Adviento- el Señor viene en cada persona y en cada acontecimiento, incluso en la pandemia.

La sección “religiosa” de las librerías, parece hacerse eco de la situación con títulos como No necesito a Dios. Desde la necesidad a la salvación (Eduardo Camino, 2020) o Desescalada espiritual ¿Una pandemia pasiva?, de Fernando del Moral (2020). No son manuales de autoayuda, van mucho más allá. En tono relativamente desenfadado, salen al paso de tantos jóvenes que dicen no necesitar para nada la fe, no verle utilidad. Y preguntan: ¿estás seguro de que no eres indigente, miedoso, pecador, bastante imperfecto como la vida misma? “Jesús nos tiende su mano y nos dice; “¿me concedes este baile?”. Esto es la fe” (…) “Creer, antes de nada es un don, un regalo, algo que se nos ofrece y estamos invitados a aceptar” (Camino, p. 9). ¿Por qué no pruebas este mensaje de salvación? En los tiempos que corren no tienes mucho que perder. Y “aunque el hombre lo ignore siempre está deseando y necesitando de Dios” (Camino, p. 38). Para percatarse de ello y dar espacio a la gracia basta con quitar los obstáculos que hemos ido sembrando: “el volar bajo, la falta de grandes ideales, la rutina, el concebir la vida como un derecho y no como un don, el deseo insaciable de bienes materiales, el valorar a los demás por lo que tienen, pero sobre todo, el pecado” (Camino, pp. 58-59). Frente a ello, la receta es sencilla “dejar hacer a Dios, más que hacer”. Nosotros amamos porque Él nos amó primero” (Jn 4, 19). No son solo consignas de libros o de películas con las que el autor ejemplifica. Es que merece la pena.

Desescalada espiritual… afronta el tan deseado final de la pandemia. En un librito sencillo, el autor recuerda los esfuerzos de curas, parroquias e instituciones por acercarnos a la esfera de lo divino a través de las tan útiles redes. La necesidad se percibía: “solo Dios puede darnos una palabra de ánimo, un aliento de esperanza” (Del Moral, p. 49). Ojalá haya llegado el momento de una “desescalada espiritual” en ese proceso de volver poco a poco a nuestra vida ordinaria, sin olvidar lo que hemos descubierto: un Jesús que pide nuestra intimidad, la de cada uno con nombre y apellidos. Hemos aprendido paciencia, a huir de la vía fácil y del “todo vale” de nuestra sociedad consumista. Hemos valorado el amor en todas sus dimensiones. Nos hemos descubiertos como hombres capaces de un diálogo, una relación personal con ese Niño que va a nacer en unos días. Ojalá empecemos a pensar que tal vez no estaría mal hacerse como niños, recios e inocentes.

Dios tiene sed de que el hombre tenga sed de Él –dice el Catecismo-. Quiere venir a tu casa y vivir tu vida cotidiana. Lo ha hecho y en breve, lo volverá a hacer. Porque eso es la Navidad, precedida por un Adviento que nos prepara para recibirlo con los brazos abiertos. “Mirad el cielo, fijaos en todas esas estrellas, en todos esos millones de galaxias y constelaciones, en todo el firmamento. Dios encerró una noche como ésta el cielo entero dentro de una pequeña cueva en Belén para que su Hijo pudiese jugar con ellas” (Sanmartin, p. 26). Son palabras de Un cuento de Navidad para Le Barroux (2020), una de las pocas novedades editoriales de este año, que nos devuelve a la infancia en la que todo es posible. Porque “si no hay Cielo, si la noche de la primera Navidad la luz no entró en la cueva, todas las cosas, el árbol, los belenes, la cena, las luces, las velas, los ángeles de fieltro, todo es inútil y nosotros seríamos los más tontos de los hombres”… (Sanmartin, p. 62). Pero por suerte, no es así y A la luz de la Estrella podemos comprobarlo –nos dice Juliá en su libro del 2016-. La Estrella es Cristo, el Niño Jesús, y su Luz es la que ha visto, la que ve, “el pueblo que habita en la tiniebla”.

Habrá Navidad. El desaliento viene de atrás, no solo es fruto de la pandemia, sino tentación de hace un siglo. No hay sino releer a Chesterton en El espíritu de la Navidad, bellamente reeditado hace poco (2017). Con humor e ironía repite en cientos de artículos que la Navidad no va a desaparecer –como algunos amagan- aunque parezca no encajar con el mundo moderno. Esa paradoja de que “el nacimiento de un Niño sin hogar se celebre en cada hogar” (Chesterton, p. 130). Llega la luz del mundo como un sol subterráneo. Y a fe que la necesitamos…

El evangelista Juan recoge la anécdota de que el Hijo de Dios nació en un portal de ganado porque “no hubo lugar para ellos en la posada” (Lc, 2, 7) y la convierte en categoría ontológica: “vino a los suyos, pero los suyos no le recibieron” (Jn, 1, 11). ¡Ojalá no vuelva a suceder!

Niño de Belén, nace en nuestros corazones, aunque abotargados y entristecidos por estos meses de dolor, carencias, soledad y tristeza, no hayamos pensado en abrírtelos como Tú mereces. Pero al hacerte tan pequeño e indefenso eres capaz, respetando nuestra libertad, de ganarnos con Tu sonrisa, de derribar las murallas de indiferencia, aburguesamiento, e incluso miedo en que nos hemos encerrado, a veces sin saberlo. Solo Tú nos traes la felicidad.

María Caballero


 No necesito a Dios. Desde la necesidad a la salvación. Eduardo Camino, Madrid, Palabra, 2020

ISBN: 978.84.9061.963.6

 El espíritu de la Navidad. Cuentos, poemas y artículos. Gibert K. Chesterton.Pról J.J. Cabanillas, Trad. A. Rice. Sevilla, Renacimiento, 2017. ISBN: 978.84.17146.20.7

A la luz de la EstrellaErnesto Julià, Madrid, Cuadernos Palabra, 2016. ISBN: 978.84.9061.474.7

 Desescalada espiritual. ¿Una pandemia pasiva?, Fernando del Moral,Madrid, Palabra, 2020.

ISBN: 978.84.1368-018.7

Un cuento de Navidad para Le Barroux. Natalia Sanmartin FenolleraBarcelona, Planeta, 2020.

ISBN: 978-84.08.21892-0

 

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