La Facultad de Derecho de la Universidad de Sevilla, en colaboración con la Facultad de Teología San Isidoro, celebro la II Jornada sobre Derechos Humanos y Doctrina social de la Iglesia.
El encuentro tuvo lugar el 13 de abril, en el salón de grados de la Facultad de Derecho de la Universidad Hispalense. La jornada contó con la intervención del presidente-decano de la Facultad de Teología, Manuel Palma, quien pronunció una conferencia sobre la Resurrección y la fragilidad humana.
Metamorfosis del Hijo del hombre
Durante su intervención, Palma expuso que “la Resurrección cristiana se erige en piedra angular del cristianismo y en el principio de la nueva creación. La transformación de la finitud del Hijo del hombre da acceso a las cosas del cielo y es capaz de iluminar el abajo de este mundo: Dios mismo, mediante la metamorfosis del Hijo del hombre –y la del ser humano en él– transfigura la estructura del mundo”. En este sentido, “el sufrimiento, el dolor, los miedos e, incluso el ansia ante la muerte, laten en el ser humano, como testimonio de la vulnerabilidad extrema de su vida, desde que ve la luz de este mundo hasta el día en que vuelva a la tierra, madre de todos”.
Ponerse ante la debilidad humana consiste, por lo tanto – ha expresado Palma –, en “encontrarse con uno mismo, con el mismo yo atravesado por la herida”. Tal como lo ha planteado la antropóloga Margaret Mead, citada por Palma durante su disertación, “la fragilidad supone un escándalo para la razón. Así, la contemplación racional de lo vulnerable trae consigo inmediatamente la invención de mecanismos con los que anular la deficiencia. Entre ellos, se encuentra la negación de los filósofos estoicos que cubre la fragilidad con la máscara de la gloria y de la capacidad humana”. Otro mecanismo de negación de la fragilidad “es el olvido del origen de los poderes del ego y, en último término de la condición de ser hijo”. Ante tales planteamientos, “la tesis fundamental del cristianismo sobre el ser humano lo vincula al yo e inmediatamente señala su dependencia de la condición de Hijo”.
Fragilidad y humanidad
“¿Qué descubrimiento podría ser considerado el primer signo de la civilización? – se pregunta–. Sin lugar a dudas, el fuego, el arado, la olla de barro, la piedra de moler u otros similares podrían ser de las primeras señales de humanidad. Sin embargo, Mead señaló que la primera huella de civilización fue un fémur fracturado y sanado. Para esta científica, la fractura de la pata de un animal implica su muerte; ante la imposibilidad de poder protegerse y alimentarse, se convierte en presa fácil para otros animales. Igual ocurre con las personas si no son cuidadas. Por ello, Mead pone de relieve cómo alguna persona se hizo cargo de proteger al herido, de llevarlo a un lugar seguro, proporcionándole alimentos y todos los cuidados requeridos para su recuperación. Considerar las profundidades de la fragilidad permite encontrar la humanidad auténtica”.
Por último, “el enmascaramiento de lo frágil es la promesa escatológica de una superación de la debilidad humana a través de los avances de la ciencia y, sobre todo, de la tecnología”. Así, “el movimiento transhumanista aparece como el mecanismo de anulación de la fragilidad por excelencia. El transhumanismo es solo una prolongación de este abandono de la realidad del ser humano, quizá ante el escándalo de la fragilidad que la traspasa, con una promesa que, considerado su precio, exige la pérdida de la propia identidad, de la libertad y, en último término, el ponerse en manos de un artesano ciego, que promete algo inmenso para los que en un futuro indeterminado habiten la Tierra”.
Esperanza de la humanidad
Contrario a todo lo anterior, “en la creencia de la Resurrección cristiana es Dios quien aproxima a sí al ser humano para transformarlo, una vez que el Hijo ha asumido el dolor y la fragilidad universales y las ha llevado consigo hasta el Padre. La resurrección, glorificación del cuerpo crucificado del Hijo de Dios, concierne al ser humano sufriente y se erige en esperanza para la humanidad”.
La Jornada contó con la participación del obispo auxiliar electo de Sevilla, Ramón Valdivia y, de José Joaquín Castellón, profesor de Filosofía de la Facultad de Teología San Isidoro de Sevilla.