En su carta pastoral con motivo del Domund, dice mons. Juan José Asenjo, Arzobispo de Sevilla, que cada hombre y mujer es una misión y que esta es la razón de nuestra existencia. Pablo Ostos es ingeniero técnico agrícola y hermano de la Congregación de los Misioneros Combonianos del Corazón de Jesús. Encontró la razón de su vida junto a los más necesitados en la misión en Mozambique.
A Pablo le faltaban pocas cosas en la vida: tenía un trabajo como ingeniero técnico agrícola, familia, amigos y “mucha diversión”. A los 28 años se marchó a hacer una experiencia de voluntariado en Perú con niños de la calle, “allí descubrí mi vocación de ir al servicio de los hermanos más necesitados y sufrientes”.
La llamada a hacerse comboniano estaba a la vuelta de la esquina: “a mi vuelta de Perú tenía muy claro que Dios me quería consagrado para la misión. Inicié una búsqueda en la que encontré, por medio de un amigo, la revista Mundo Negro que editan los Combonianos de España. Entonces me puse en contacto con ellos, y de ahí hasta hoy”.
“Percibí que el don del Amor de Dios era para todo el mundo»
Pablo Ostos explica lo que para él es ser hermano comboniano: “Percibí que el don del Amor de Dios recibido no era solo para unas determinadas personas, sino que era para todo el mundo. No quería ser diferente, no quería ser más. Sentía que tenía que relacionarme con la gente de tú a tú, como uno más”.
Tras una segunda experiencia en Perú, ingresó en el noviciado de los Combonianos en Portugal, estuvo tres años de formación en Colombia y fue destinado a Mozambique durante cuatro años. Después de una estancia en España de tres años, durante la cual hizo los votos perpetuos, regresó de nuevo a Mozambique, hace ya un año.
Su comunidad está formada por tres miembros, dos de ellos sacerdotes: “Atendemos dos parroquias: la de Chitima, donde vivimos, que tiene 16 comunidades (alguna a 80 km de la sede) y la de Mucumbura, situada a 170 km y con comunidades que están a 200 km. Una locura”.
“Ser hermano de las personas con las que estoy»
Pablo se dedica a cuidar del hogar de la comunidad, de la huerta y de los animales para su alimentación. Además, trabaja con los jóvenes y los niños de la parroquia y visita los enfermos del barrio. Lo que le apasiona de su misión es el encuentro, “ser hermano de las personas con las que estoy. Estar, crear relaciones, estudiar la lengua, conocer la realidad. También el encuentro personal y diario con la palabra de Dios, dejarme iluminar por ella, ver los caminos que me marca, andarlos”.