Virgen del Carmen (B)

Lectura del santo evangelio según san Mateo (10,34–11,1):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles: «No penséis que he venido a la tierra a sembrar paz; no he venido a sembrar paz, sino espadas. He venido a enemistar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra; los enemigos de cada uno serán los de su propia casa. El que quiere a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí no es digno de mí; y el que no coge su cruz y me sigue no es digno de mí. El que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí la encontrará. El que os recibe a vosotros me recibe a mí, y el que me recibe recibe al que me ha enviado; el que recibe a un profeta porque es profeta tendrá paga de profeta; y el que recibe a un justo porque es justo tendrá paga de justo. El que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca, a uno de estos pobrecillos, sólo porque es mi discípulo, no perderá su paga, os lo aseguro.»
Cuando Jesús acabó de dar instrucciones a sus doce discípulos, partió de allí para enseñar y predicar en sus ciudades.

 

 

Comentario

No he venido a sembrar paz, sino espadas

Mejor leer el Evangelio de hoy a la luz de la primera lectura del profeta Isaías y el salmo 48 que acompañan la Palabra. Mejor porque de otro modo se puede caer en el riesgo de malinterpretar las palabras de Jesús, nada complacientes desde luego: «He venido a enemistar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra; los enemigos de cada uno serán los de su propia casa». Tal es la radicalidad que predica Jesús, no puede haber nada que se interponga entre uno de sus seguidores y su misión: «El que no coge su cruz y me sigue, no es digno de mí». Es el mismo enojo que se traslucía de las palabras de Isaías, como oráculo del Señor: la conversión radical, sin medias tintas, que agrada a Dios más que los holocaustos y las ofrendas en el templo. Nadie es capaz de saltar a una piscina sin despegar los dos pies del suelo. Zambullirse en el seguimiento de Cristo implica eso justamente. Y eso trae algunas complicaciones en el entorno más cercano. Pero también mucha felicidad… ¿te atreves?

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