El club de los poetas muertos

¡Oh, Capitán! ¡Mi Capitán! La expresión permanece en la memoria de muchos asociada a un encuentro feliz entre poesía y cine; entre Walt Whitman, autor del poema así titulado, y Peter Weir, director de El club de los poetas muertos, la película que hace 30 años consagró a John Keating (Robin Williams) como uno de los míticos profesores que nos ha regalado el Séptimo Arte.

Weir partió de un guión original de Tom Schulman, premiado con el Óscar. Un relato apasionante, arriesgado y provocador, en el buen sentido de la palabra. La respuesta del público fue espectacular, especialmente por parte de estudiantes y profesores, que acudieron masivamente a las salas de cine. El filme fue nominado a otras tres estatuillas (mejor película, director y actor principal), y es técnica y artísticamente impecable: por la calidad de la fotografía de John Seale, de la música de Maurice Jarre, de las interpretaciones de Robin Williams, Ethan Hawke y Robert Sean Leonard…

Estamos en 1959 en la Academia Welton, una estricta y prestigiosa escuela privada situada en Vermont (Nueva Inglaterra, USA). A ella se incorpora John Keating, antiguo alumno de la Academia, como profesor de Literatura del curso de preparación para la Universidad. ‘Tradición, honor, disciplina, grandeza’ son los 4 pilares de la educación que se imparte en este colegio de élite. Pero Keating está dispuesto a romper estos principios con sus peculiares métodos pedagógicos: quiere inculcar en sus alumnos el amor por la libertad y la búsqueda de la belleza, como principales linderos del camino que conduce a la realización del ser humano.

Coged las rosas mientras podáis;/ veloz el tiempo vuela./ La misma flor que hoy admiráis,/ mañana estará muerta. De nuevo Walt Whitman en boca de Keating, que anima a sus pupilos a atreverse, a aprovechar el momento (carpe diem), a ser creativos, a no adocenarse… A que cada uno reflexione sobre el sentido de su vida y de su misión en el mundo; y una vez más se une al poeta para motivarles: Que tú estás aquí,/ que existe la vida y la identidad,/ que prosigue el poderoso drama/ y que tú puedes contribuir con un verso.

Más que ofrecer respuestas a las cuestiones educativas (también en el ámbito de la familia), El club de los poetas muertos plantea sobre todo preguntas; muchas certeras, otras incómodas y alguna que otra manipuladora. Pero, con sus defectos, es una película valiente, que esquiva la superficialidad, genera debate y alienta a cada joven a vivir a conciencia, a extraer todo el meollo a la vida…/ para no descubrir, en el momento de la muerte,/ que no había vivido (Henry David Thoreau).

 

Juan Jesús de Cózar

 

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