Fratelli tutti I. La esperanza es audaz

Todos tienen cabida en la pluma de Francisco

Cuando algunos amigos imprudentes e irreflexivos me propusieron que escribiera este pobre artículo sobre la última encíclica del Papa Francisco uno de ellos, salesiano cooperador como yo, haciendo uso de la típica “guasa” andaluza, me dijo que la encíclica debería haberse llamado “Fratelli Tutti-Frutti”. Y tras la risa inicial por la ocurrencia y después de haber leído el texto, entiendo que no sería una locura el título. Como veremos a continuación tiene mucho que ver con el leitmotiv de la carta. Presupone que, como en el helado, todas las frutas deben de estar presentes, y no sólo algunas, las mejores, o las más populares. También no sólo están los trozos más jugosos y sabrosos, sino que en el tutti-frutti caben los pequeños, los que tienen colores muy dispares, en definitiva, como apunta el título del postre, ha de contener todas las frutas, pues todas forman el delicioso bocado. Paralelamente el Papa desarrollará la idea central de la encíclica en torno a la invocación “todos hermanos”, la cual apunta a la fraternidad global de toda la humanidad en la que no hay excluidos y todos “dan sabor”.

Bueno, centrémonos en lo importante. Vamos a abordar un texto que se encuadra en las llamadas “encíclicas sociales” cuyas raíces no se hallan demasiado lejanas en el tiempo. Estas nacen en el s. XIX con la encíclica Rerum Novarum de León XIII en 1891. Junto a ella sale a la luz la denominada Doctrina Social de la Iglesia que aunque es tan antigua como la Iglesia misma, es a partir de esta encíclica cuando la Doctrina Social de la Iglesia adquiere verdadera carta de autoridad. Como definición, la Doctrina Social atiende a cuestiones de la vida social teniendo también el valor de instrumento de evangelización, dado que pone en relación la persona humana y la sociedad con la luz del Evangelio. Así, cada encíclica se encuentra a caballo entre la tradición doctrinal que llega a través de los anteriores documentos y una realidad nueva que se manifiesta con sus problemas específicos.

La encíclica consta de una breve introducción y ocho capítulos que contienen un total de 285 artículos. Verdaderamente nos encontramos ante un texto extenso. Tengamos en cuenta la procedencia argentina del papa, lo que podría explicar dicha longitud. Bromas aparte, el lenguaje que utiliza, sin embargo, es un lenguaje asequible a la gran mayoría de los lectores. Esto, en mi humilde opinión, favorece su comprensión ya que permite el acercamiento de un mayor número de lectores, y no sólo de aquellos que están versados en teología, en continuidad con el estilo al que este Papa nos tiene acostumbrados en sus obras.

En la introducción se nos propone la figura del poverello de Asís como inspirador de toda la encíclica que allá por el s. XIII fue un adelantado de su tiempo al proponer el Evangelio y el amor de Dios sin imponer doctrinas e incluso instando a “evitar toda forma de agresión o contienda y también a vivir un humilde y fraterno “sometimiento”, incluso ante quienes no compartían su fe” (nº 4).

Pasemos a ver el contenido de cada capítulo empezando por el primero en el día de hoy.

CAPÍTULO I. LAS SOMBRAS DE UN MUNDO CERRADO.

Francisco denuncia que las formas y tendencias del mundo actual no favorecen la fraternidad universal. Asistimos a un retroceso de la historia pese a que se habían alcanzado ciertas cotas de desarrollo en el camino humano. Sin embargo, los poderes económicos y las finanzas se mueven sus anchas en el campo de la globalización provocando una paradoja: la sociedad nos hace más cercanos pero no más hermanos (nº 12). Esta pérdida de sentido de la historia lleva a construir todo desde cero, desarraigando a la persona. Se provocan así nuevas formas de colonización que vacían de contenido los grandes términos de libertad, justicia y unidad.

Francisco denuncia con una actitud valiente los actuales mecanismos con los que funcionan los engranajes de la política en cuanto motor de la sociedad. Esta se nutre a menudo de la exasperación y a la exacerbación de la comunidad, de tal modo que en la política contemporánea la mejor manera de dominar y de avanzar sin límites es sembrar la desesperanza y suscitar la desconfianza constante, aun disfrazada detrás de la defensa de algunos valores (nº 15). Todo esto pone en evidencia la carencia de un proyecto común que cohesione a los pueblos. No se cuida el nosotros ni el proyecto común. Como consecuencia afloran los descartes de los más débiles, el desempleo y se ve afectado el futuro más inmediato puesto que se está privando a los jóvenes de ese necesario contacto con sus raíces y con una sabiduría que la juventud por sí sola no puede alcanzar (nº 19).

Aunque parezca incomprensible a estas alturas del s. XXI, el Papa pone el foco en que los muy verbalizados Derechos Humanos distan mucho de ser aún universales. Lo vemos a diario en lo que respecta a los derechos de la mujer, de los migrantes, los discapacitados y en general de la persona en cuanto esta es valorada como meros objetos mercantilizados. Francisco no duda en denunciar como “en el mundo de hoy persisten numerosas formas de injusticia, nutridas por visiones antropológicas reductivas y por un modelo económico basado en las ganancias, que no duda en explotar, descartar e incluso matar al hombre” (nº 22). Todo ello hace germinar el conflicto y el miedo en las sociedades que ni el desarrollo tecnológico ha podido desintegrar. Es más lo abonan. Así el nuevo escenario de las redes sociales es usado a menudo para difamar, hurgar en la intimidad de las personas y a veces hacerlas pedazos parapetados en el anonimato (cf. nº 42). Se favorece así la dependencia, el aislamiento y la progresiva pérdida de contacto con la realidad concreta, obstaculizando el desarrollo de relaciones interpersonales auténticas los que abona el camino para la agresividad. En vez de construir un “nosotros”, en numerosas ocasiones se potencia un peligroso individualismo que nos impide vernos como fraternidad humana.

El muy reciente escenario de la Pandemia ha puesto de manifiesto la importancia de comprendernos como familia humana si no queremos desintegrarnos en un individualismo en el que sólo el poder económico y los que los detentan pueden salvarse. Así lo expresa el Papa analizando la reciente crisis del covid: “Con la tempestad, se cayó el maquillaje de esos estereotipos con los que disfrazábamos nuestros egos siempre pretenciosos de querer aparentar; y dejó al descubierto, una vez más, esa bendita pertenencia común de la que no podemos ni queremos evadirnos; esa pertenencia de hermanos” (nº 32).

Por último el capítulo dedica una reflexión profunda a los migrantes. Sus causa, sus anhelos, sus miedos… No se les debe insertar en discursos en los que estos representan el miedo y el peligro para los de “nuestro grupo”, provocando así sentimientos de odio muy peligrosos e infundados y que obedece en no pocas ocasiones a un desasosiego, por nuestra parte, a perder nuestro status, seguridades y comodidades. Poseen la misma dignidad que cualquiera de nosotros pues son detentadores de los mismos Derechos Humanos Universales.

Pese a todo lo anterior, Francisco nos invita a la esperanza que irá desgranando en los siguientes capítulos “Porque Dios sigue derramando en la humanidad semillas de bien y porque la esperanza es audaz, …, para abrirse a grandes ideales que hacen la vida más bella y digna” (nº 55).

José Antonio Mellado es Salesiano Cooperador y estudiante de Teología

 

Para leer la encíclica, entra aquí.

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