«He aprendido también que el Kerigma tiene una fuerza increíble»

Durante dos semanas de un mes de octubre jalonado por esperados e irrepetibles acontecimientos familiares (entrega de sable de oficial a mi hijo Ricardo en la Academia General Militar, su breve escapada a Sevilla para pasar juntos el fin de semana del Pilar y el colofón de su ansiada jura de bandera), también he vivido en estos días la salida misionera por el territorio de nuestra Parroquia, la Predicación en el patio de San Juan Pablo II y las reuniones para seguir anunciando el Kerigma cada tarde-noche en una casa de Olivar Este.

Un intenso y emocionante octubre que nunca olvidaré.

Comenzó con la Misa de Envío, una Eucaristía alegre, cargada de emociones en la que los misioneros nos sentimos comprometidos y eso, al menos a mí, me pellizcaba por dentro y me hacía sentir una inquietud, que poco a poco fue cediendo el paso a la confianza en que si Dios nos eligió era porque ya estaba capacitándonos desde ese preciso y precioso instante de recibir la Cruz bendecida de misionero, y por tanto no había nada que temer.

Esa misma noche comenzamos a visitar casa por casa, y surgieron los primeros testimonios compartidos por los misioneros reunidos en círculo alrededor del calor y la luz de unas velas que rasgaban y rompían la oscuridad, igual que se había roto el miedo inicial a dar el Anuncio de Salvación.

Esas cadenas que nos apretaban por dentro, haciéndonos sentir que no íbamos a poder hablar con seguridad del Amor de Dios y la Salvación a personas desconocidas, cayeron esa noche al suelo sin hacer ruido y para no volver más a sujetar nuestra lengua ni a acallar nuestra voz.

Ya éramos LIBRES ; así me he sentido en esta misión.

Cristo me ha liberado de la vergüenza, de mi comodidad, de mis ataduras mundanas que me mantenían sujeta a tantas cosas todas ellas prescindibles, haciéndome saber que “sólo Dios basta”, como dijo Santa Teresa de Jesús, a quien conmemoramos en el ecuador de la misión

Lo primero que aprendí me lo mostró una persona en la primera casa donde dimos el Anuncio, que me dijo: ”Mira Mari Carmen, no hay ateos…porque cuando el avión hinca el morro hacia abajo, todos decimos: “Dios mío”.  Y eso sucede muchas veces en la vida”

Con esta enseñanza recibida e incorporada, seguí visitando y cuando alguien nos cerraba las puertas, rezaba para que esa persona pudiese encontrar a Dios antes de que “el avión en que viajaba confortablemente” entrase en barrena por cualquier circunstancia.

He aprendido mucho, muchísimo, por haber dicho “sí” a ser misionera:

-He sabido que en Dios se debe disfrutar más que temer, y que en todo caso se ha de contemplar con mirada atenta para saber si estamos en el camino correcto o nos hemos perdido.

-He aprendido que Jesús se encarnó y vino para todos y por eso debíamos visitar a todos.

-He comprobado que el testimonio de cualquier persona, incluso de quien no cree, nos sirve para reposicionarnos y seguir buscando las huellas del Señor.

-He sabido que hay que sonreír con alegría aunque no te escuchen y te cierren la puerta con un “no me interesa”.

-Que hay que proclamar el Kerigma sin pensar ni medir nuestras palabras porque éstas empiezan a brotar solas cuando sientes el fuego del Espíritu Santo que quema no sólo tu corazón sino también tu garganta y te sorprendes hablando a un desconocido como si fuera alguien de confianza con quien compartes tu vivencia de Dios y lo que Él ha hecho por ti.

-He aprendido también que el Kerigma tiene una fuerza increíble, insospechada, porque he tenido el privilegio de ver la expresión en el rostro de quien lo estaba recibiendo a bocajarro.

Pero lo más importante de todo lo que he aprendido es a despreocuparme de los resultados de la misión; algo tan humano, tan mundano…

Ser misionera es estar comprometida con Jesús, ayudando a difundir el Reino de Dios a toda criatura, y cuando alguien adquiere un compromiso, no piensa en el resultado, en qué pasará en un futuro. Simplemente se vive y se disfruta plenamente porque lo que importa es aquel con quien te has comprometido, y todo lo demás es lo de menos.

A la espera de vivir esta tarde el broche final, la Misa de Clausura, doy gracias a Dios(tengo mucho que agradecer) y lo alabo y bendigo con todo mi ser por cuanto me ha dado en estos días de misión, en los que he besado con decisión la Bandera de discípulo misionero igual que Ricardo ha besado la Enseña Nacional, jurando ambos entregarlo todo, incluso dar la vida por Aquel que ha hecho tanto por mí porque me Ama, así, con mayúsculas.

Mª Carmen Zambrana

 

 

 

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