MORIR DE ÉXITO

Hay empresas a las que parece que todo les va bien: las ventas han aumentado considerablemente y van ampliando mercado; pero precisamente ese éxito es el comienzo de su decadencia: los pedidos se atascan; el proceso de producción no crece al compás de las ventas; inexplicablemente no hay dinero para atender los vencimientos de los créditos que se solicitaron; la gestión de personal no es eficaz. En definitiva,  lo que parecía un éxito imparable se convierte en una pesadilla que obliga a replantearse nuevamente todo el modelo de negocio para evitar la desaparición de la empresa.

Las  hermandades parecen vivir un momento de esplendor, acentuado estos últimos años: aumentan las hermandades de vísperas; también el número de nazarenos de cada cortejo, alcanzando ya cifras impensables hace unos años, lo que complica la organización y el discurrir de las cofradías; esta Semana Santa algunas bandas de música llevaban ¡doscientos veinte componentes!; la organización de los itinerarios es un problema que no encuentra una solución que satisfaga a todos; hay pasos de misterio, también algunos palios, que ofrecen auténticas coreografías, previamente ensayadas, que provocan el entusiasmo de algunos “espectadores”, o su abucheo  cuando el “espectáculo” no cubre sus  expectativas; por no hablar de los gritos histéricos y las lágrimas de supuestos “devotos”. Son datos objetivos a los que podríamos añadir algunos más (sillitas, acampadas, etc.).

Nuestra Semana Santa ha cambiado, pero esos cambios no son sólo cuantitativos,  lo que ha cambiado es el modelo. No se trata de buscar soluciones a cada problema, cada año más abundantes, sino de plantearse un nuevo modelo para tratar de no morir de éxito.

Esto no “se arregla en diez minutos”, no se trata de ir poniendo parches a cada problema que se va presentando, exige replantearse todo desde el principio, y aquí entran en juego muchas variables: religiosidad popular, teología, orden público, liturgia, antropología, música, organización de la cofradía, recorridos, horarios, circulación de personas y  otras cuestiones que vayan surgiendo.

Es necesario un coloquio permanente abierto a la participación de todos: cofrades ponderados, normalmente reunidos en distintas tertulias,  periodistas, responsables del Arzobispado, del Consejo de Hermandades, de la política municipal, historiadores, liturgistas, sociólogos y  todo el que tenga algo sensato que aportar.

Al hablar de coloquio no me estoy refiriendo a la organización de un simposio o algo parecido, es algo más natural y espontáneo. Todas esas opiniones, no necesariamente acordes, cada una manifestada en  su ámbito, van proporcionando referencias y  conformando un modelo conceptual, es decir, un conjunto de opiniones sustentadas en valores, que tratan de explicar una realidad compleja, y que,  como lluvia fina, empapa el tejido social. Esto exige que esas opiniones tengan alguna difusión en su entorno

Es una tarea urgente, aunque lenta, que  requiere la suficiente humildad intelectual para escuchar y estar dispuesto a incorporar esa escucha ponderada a nuestro pensamiento.

Ignacio Valduérteles 

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