Fraternidad, del “yo” al “nosotros”

Liberté, Égalité, Fraternité” es el lema oficial de un país amigo, nacido de su revolución y de los movimientos que entorno a ella se suscitaron. Pero no son solo patrimonio de su tiempo. Ya que están enraizados en el Evangelio, y van articulando un nuevo modelo de sociedad que llega hasta nuestros días. Sin duda, libertad, igualdad y fraternidad, más allá de un lema nacional o de posibles interpretaciones de uno u otro signo, son principios universales de gran calado que a todos nos deben de interpelar. Nos ocuparemos ahora especialmente de la fraternidad que anticipa un nuevo estilo de relaciones, convirtiéndose en una insustituible palanca de transformación social. Propiciando soluciones nuevas ante los actuales desafíos en los que nos vemos inmersos a nivel global, que tienen también su consecuencia y concreción a nivel local.

Muchos pueden considerar que el mensaje cristiano es un mensaje anclado en el pasado, y, sin embargo, el cristianismo es, por encima de todo, una religión del futuro, como muy claramente expone en “Dios cree en ti”, Piero Coda. El estilo del Evangelio de Jesús promueve la libertad de todos, en diálogo con los que buscan el bien de cada ser humano, sin dejar a nadie atrás. Esto es clave para nosotros, ya que vivimos inmersos en una sociedad cada día más secular, global, y muy plural. Los cristianos tenemos un camino que recorrer, estar presentes en medio de la sociedad como “sal y fermento”, individualmente e integrados en organizaciones seculares y abiertas donde sembrar esa libertad y dialogo que emana del Evangelio, aceptando a todos, abriendo caminos de fraternidad. Así se despierta un tipo de dinámica social que es propia de la originalidad cristiana y que muchos aplican en su vida diaria, aun si ser conscientes, ya que es la continuidad, el fruto de un encuentro, de un acontecimiento único, vivido cerca de Jesús.

Desde la Doctrina Social de la Iglesia en los últimos años se han abierto nuevos horizontes basados en la gratuidad, el don, la reciprocidad…, que interpelan a muchos y que nos ofrece un camino a recorrer, que nos ayuda a ir encontrado nuestro destino como humanidad, sin excluir a nadie. Porque todos somos interdependientes los unos de los otros, indiferentemente en que ciudad o país vivamos, que sexo o religión tengamos, o que lugar ocupemos en la sociedad. Pero para seguir adelante debemos poner sobre la mesa la carta de la fraternidad, ello comporta que tenemos que ser más creativos, más abiertos a las sinergias que se suscitan en esta apuesta antropológica, económica y cultural que representa la globalización y más aún en este tiempo de pandemia que estamos viviendo.

En este contexto, hace poco más de un año se firmó el Documento sobre la Fraternidad Humana. Una invitación a la reconciliación y a la fraternidad, a la paz mundial y a la convivencia común, realizada el 4 de febrero de 2019, en Abu Dabi por el Papa Francisco y el Gran Imán de Al-Azhar. Quizás la velocidad a la que se desarrollan los acontecimientos a nivel mundial y la propia pandemia, han ralentizado su difusión, conocimiento y concreción, pero ahora que hablamos de la fraternidad hemos de volver sobre él. Mucho más teniendo en cuenta que uno de los artífices de este documento singular es un religioso sevillano, que ha vivido toda su existencia al servicio de los últimos y siempre en diálogo con todos, el cardenal Miguel Ángel Ayuso Guixot, presidente del Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso. Precisamente el Patronato de la Fundación contra el Terrorismo y la Violencia Alberto Jiménez-Becerril lo distinguió en el pasado mes de enero en Sevilla con el VI Premio contra el Terrorismo y la Violencia Alberto Jiménez Becerril por su dilatada experiencia en zonas de conflicto y en la resolución de éstos a través del diálogo interreligioso.

En línea con el Concilio Vaticano II y el magisterio de los últimos Papas se inicia el documento de Abu Dabi indicando que “la fe lleva al creyente a ver en el otro a un hermano que debe sostener y amar”. Se hace un llamamiento para poner fin a las guerras y condena las heridas del terrorismo y de la violencia, especialmente aquellos revestidos de motivos religiosos. Es un documento que hace pensar e invita “a todas las personas que llevan en el corazón la fe en Dios y la fe en la fraternidad humana a unirse y a trabajar juntas, para que sea una guía para las nuevas generaciones hacia una cultura de respeto recíproco, en la comprensión de la inmensa gracia divina que hace hermanos a todos los seres humanos”.

Muy acertadamente el Papa Francisco cuando lo presentó indicó “no hay alternativa: o construimos el futuro juntos o no habrá futuro. Las religiones, de modo especial, no pueden renunciar a la tarea urgente de construir puentes entre los pueblos y las culturas. Ha llegado el momento de que las religiones se empeñen más activamente, con valor y audacia, con sinceridad, en ayudar a la familia humana a madurar la capacidad de reconciliación, la visión de esperanza y los itinerarios concretos de paz”. Se ofrece así, con este documento, un marco para que todos seamos “artesanos de la fraternidad”, qué de origen a una nueva política, a una nueva sociedad “no sólo de la mano extendida, sino de un corazón abierto”.

Este documento está en línea también con los Objetivos de Desarrollo Sostenible, ODS, un paso adelante en el análisis y concreción de 17 objetivos dirigidos a gobiernos e instituciones en un necesario proceso de intervención desde lo local a lo global. En este contexto, el Papa Francisco no se cansa de subrayar “que la casa común de todos los hombres debe continuar levantándose sobre una recta comprensión de la fraternidad universal y sobre el respeto de la sacralidad de cada vida humana y de la naturaleza” (70ª aniversario de la Organización de Naciones Unidas). Precisamente hace unos días, el 22 de agosto, se celebró por segunda vez el Día Internacional para la conmemoración de las víctimas de la violencia basada en la religión o las creencias instaurado por la Asamblea General de Naciones Unidas en 2019.  El Papa Francisco aprovecho esta fecha para subrayar que «Dios no necesita ser defendido por nadie y no quiere que su nombre sea utilizado para aterrorizar a la gente». A este respecto, en línea con el Papa, indica el cardenal Ayuso que “es necesario educar en una -ciudadanía para todos- para que se respeten las diferencias» y que hemos de “sentir este valor de compartir una única humanidad, donde se rechace todo tipo de violencia y para que en este escenario una nueva generación pueda crecer en el espíritu de la fraternidad humana».

Así, como pide el documento de Abu Dabi, hemos de ponernos al servicio de la única familia humana, para ello hay que ampliar los espacios de libertad, respetando siempre la dignidad de todo ser humano. Es muy interesante el reconocimiento positivo que hace de nuestra sociedad actual en los diferentes campos de la tecnología, la ciencia, los avances del bienestar, sobre todo en los países más desarrollados, no obstante, constata “un deterioro de la ética, que condiciona la acción internacional, y un debilitamiento de los valores espirituales y del sentido de responsabilidad”. Sin duda, esto genera, lo que el documento señala, como una “sensación general de frustración, de soledad y de desesperación, llevando a muchos a caer o en la vorágine del extremismo ateo o agnóstico, o bien en el fundamentalismo religioso, en el integrismo ciego, llevando así a otras personas a ceder a formas de dependencia y de autodestrucción individual y colectiva”. Sobre esto deberíamos de reflexionar y poner las bases en nuestras conductas personales, profesionales e institucionales para que no nos consuma esta plaga que nos interpela. Las organizaciones públicas y privadas, también las religiosas no pueden dejar pasar la oportunidad de reaccionar ante este reto tan significativo.

Espero, con estas ideas hilvanadas a trazos, haber despertado el interés por la lectura del documento donde palabras como libertad, pluralismo, diversidad, justicia, diálogo cobran vida por sí mismas, y donde se subraya que el concepto de plena ciudadanía se basa en la igualdad de derechos y deberes bajo cuya protección todos disfrutan de la justicia. Sobre todo, para que vivan en paz las familias, y quienes en muchas partes del mundo son tratados con indiferencia como las mujeres, los niños, los ancianos, los discapacitados, los últimos de la sociedad…

Los cristianos como ciudadanos que hemos de buscar y ofrecer la fraternidad en nuestra sociedad actual sabemos que para avanzar necesitamos más generar procesos de cambio y no tanto ocupar espacios de poder. Pero sin el concurso y la colaboración de todos, desde las organizaciones de la sociedad civil, a las instituciones religiosas, hasta el liderazgo empresarial o político, la academia e incluso los medios de comunicación, será muy complejo llevar adelante estas tareas que se tienen que concretar en propuestas sociales transformadoras, pasando de los textos a los gestos.

Fotografía: Vatican News