SAN JOSÉ OBRERO (B)

Lectura del santo Evangelio según san Juan (15, 1-8)

Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento que no da fruto en mí lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto. Vosotros ya estáis limpios por la palabra que os he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden. Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará. Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos.

El que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante.

Permanecer es la palabra clave de este fragmento en el que Jesús nos invita a vivir de acuerdo a su ideal para dar el fruto debido a Dios. La imagen de la vid era usual en Israel, un pueblo mediterráneo que tenía en el vino la fuente de la alegría compartida en la comunidad. Por eso los discípulos que escuchaban de cerca a Jesús estaban familiarizados con lo que les expone y lo entienden a la perfección, porque la cepa hay que podarla en invierno para que soporte las bajas temperaturas y pueda rebrotar en primavera en sus sarmientos, que es donde se acumulan las uvas. Permanecer no es quedarse inmóvil esperando el chaparrón, sino anclarse en el seguimiento de Cristo imitando en todo momento su conducta. Esa es la verdadera permanencia que se nos pide a los cristianos.

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