San Francisco de Asís (C)

Lectura del santo evangelio según san Lucas (10,13-16):

En aquel tiempo, dijo Jesús: «¡Ay de ti, Corozaín; ay de ti, Betsaida! Si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que en vosotras, hace tiempo que se habrían convertido, vestidas de sayal y sentadas en la ceniza. Por eso el juicio les será más llevadero a Tiro y a Sidón que a vosotras. Y tú, Cafarnaún, ¿piensas escalar el cielo? Bajarás al infierno. Quien a vosotros os escucha a mí me escucha; quien a vosotros os rechaza a mí me rechaza; y quien me rechaza a mí rechaza al que me ha enviado.»

Comentario

Escalar el cielo

Es dura la requisitoria contra Cafarnaún, que sabemos que era la ciudad de Jesús porque en ella residía cuando andaba predicando por la orilla del lago de Tiberiades. Era ciudad principal donde las caravanas hacían parada y había trasiego de personas y tráfico de mercaderías. Pero esa ciudad en cuya sinagoga Jesús enseñaba debía ser, como todas las ciudades dedicadas al comercio, dura de convertirse. Es lo que tiene el dinero, que impide volverse del revés como un calcetín por temor a perderlo. A los vecinos de Cafarnaún que, obviamente, debían de haber escuchado el relato de los signos y prodigios que el Galileo obró entre ellos, Jesús les da un baño de realidad. Se creían muy piadosos, muy religiosos, muy fieles. Pero no es suficiente. «Bajarás al infierno». No, la cercanía a los milagros del Señor, la cercanía a la Iglesia no es garantía de nada. El primer requisito es la conversión. Sincera y radical como la que protagonizó San Francisco de Asís cuya memoria hoy honramos. La figura del Poverello nos mueve a la ternura y sus palabras y sus hechos nos tocan el corazón, pero antes de todo eso, antes del «Cántico de las criaturas» hay un hombre de vida regalada que se convierte de una vez y para siempre. Los que tenemos por santos han escalado el cielo, pero en todos advertimos el cambio de vida que la Palabra obró en ellos.

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