Lunes de la 6ª semana de Pascua (C)

Lectura del santo Evangelio según Juan (15, 26 — 16, 4a)

Cuando venga el Paráclito, que os enviaré desde el Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí; y también vosotros daréis testimonio, porque desde el principio estáis conmigo.

Os he hablado de esto, para que no os escandalicéis. Os excomulgarán de la sinagoga; más aún, llegará incluso una hora cuando el que os dé muerte pensará que da culto a Dios. Y esto lo harán porque no han conocido ni al Padre ni a mí. Os he hablado de esto para que, cuando llegue la hora, os acordéis de que yo os lo había dicho.

Comentario

Os enviaré el Espíritu de la verdad

Jesús prepara a sus discípulos para su marcha a los cielos y la liturgia empieza a prepararnos a nosotros para conmemorar precisamente esa solemnidad que se festejará el domingo inmediatamente anterior a Pentecostés. Resulta hermosísimo comprobar como la liturgia terrestre sigue al milímetro la Palabra, porque en la perícopa de la esta jornada, Jesús está hablando claramente del don del Espíritu, que será el que permanezca entre sus seguidores cuando él haya ascendido a los cielos. Se trata de un Evangelio de marcada huella trinitaria: el Hijo envía, de parte del Padre, al Espíritu Santo que sostendrá la fe de la comunidad incluso en la adversidad de la persecución y del martirio. Sin el Espíritu Santo, la Iglesia del primer momento se habría dispersado sin remedio, flaqueando por la embestida de quienes «no han conocido ni al Padre ni a mí». Por eso, Pentecostés se perfila en el horizonte como el momento en que nace la Iglesia como cuerpo místico de Cristo. Serán muy distintos también los movimientos -las mociones del Espíritu- de los apóstoles: en la Ascensión, se quedan embobados mirando al cielo hasta el punto de que un ángel los tiene que sacar de esa ensoñación nostálgica de la que se quedan colgados; en Pentecostés, arrebatados de fuerza y parresía, salen espontáneamente a predicar la salvación en Cristo. Sí, nos hace falta el Espíritu Santo, no hay duda.

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