Anunciación del Señor (A)

Lectura del santo evangelio según San Lucas (1, 26-38)

En el mes sexto, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. El ángel, entrando en su presencia, dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo». Ella se turbó grandemente ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquel. El ángel le dijo: «No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin». Y María dijo al ángel: «¿Cómo será eso, pues no conozco varón?». El ángel le contestó: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer será llamado Hijo de Dios. También tu pariente Isabel ha concebido un hijo en su vejez, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible». María contestó: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra».

Y el ángel se retiró.

Comentario

Su reino no tendrá fin

El Papa Francisco ha invitado a hoy, que celebramos la solemnidad de la Encarnación, a rezar con la oración del padrenuestro, la que el mismo Jesús nos enseñó, al mediodía de este 25 de marzo. Se trata de una convocatoria ecuménica para que se unan en el rezo de ese padrenuestro todos los cristianos, no importa de qué confesión se trate. Celebramos la Anunciación del Señor como lo que es: como la entrada triunfal -aunque no a nuestro estilo- de Dios en la historia. Jesús se hace hombre y como hombre sufriría también enfermedades y contagios de su época. Jesús ha pasado, como hombre, por todos los estados de ánimo por los que pasamos nosotros y por todas las vicisitudes -salvo por el pecado- por las que nosotros atravesamos. Por eso la invitación del Santo Padre para la hora del ángelus -la oración diaria que recuerda este anuncio a la Virgen de parte del arcángel Gabriel- nos recuerda que Dios está con nosotros, que está entre nosotros: de forma histórica, con la encarnación del Unigénito y de forma teológica, con la inhabitación del Espíritu Santo. Jesús es la insignia de que Dios no ha abandonado al hombre. Ni siquiera en las actuales circunstancias, dramáticas como pocas hemos conocido. Pero ni más dolorosa ni más mortífera que otras repartidas por el ancho mundo en todas las épocas: epidemias, pestes, guerras, hambrunas… la historia de la humanidad es una formidable lucha de salvación en la que la fe ha jugado un importantísimo papel para soportar la tribulación. Con Jesús encarnado en el seno virginal de María, Dios se ha hecho presente porque su reino, como anuncia el ángel, no tendrá fin.

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