Lunes de la 34ª semana (C)

Lectura del santo evangelio según San Lucas (21, 1-4)

Alzando los ojos, vio a unos ricos que echaban donativos en el tesoro del templo; vio también una viuda pobre que echaba dos pequeñas monedas, y dijo: «En verdad os digo que esa pobre viuda ha echado más que todos, porque todos esos han contribuido a los donativos con lo que les sobra, pero ella, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir».

Comentario

Una viuda pobre que echaba dos monedillas

Cuánto es mucho y cuánto es poco. Sí, los hombres ideamos mil tablas. Sabemos cuál es el salario mínimo interprofesional y cuál es el ingreso per capita que determina si se está en riesgo de exclusión social, la pensión de viudedad media, la no contributiva, etcétera. Nuestro mundo está contado, pesado y dividido como Daniel le descubrió al rey Baltasar escrito en la pared. Somos capaces de saber quién es rico y quién es pobre con sólo mirar su cuenta corriente. Pero resulta que esa no es la forma en que nos mira Dios. No es la manera en que el buen Padre amoroso nos contempla sin examinarnos, sin atender a otra cosa que la intención recta, que la pureza de corazón, que lo mismo puede expresarse en lo mucho que en lo poco. El donativo de la viuda era insignificante a los ojos de los hombres, como si en la cesta de la misa dominical soltáramos apenas dos moneditas de céntimo que sólo hacen estorbar en los bolsillos para la mayoría. Pero Dios no mira el valor facial de las monedas, sino el valor cordial de quien las entrega: cómo está su corazón y qué le anima a compartir lo que tiene, no lo que le sobra. Lo sentencia el refrán con esa sabiduría popular aquilatada por la tradición: quien da lo que tiene no está obligado a dar más. Que es mucho a los ojos de Dios, sea cuanto sea.

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