Un cura malajoso

Escuchaba yo a una amiga que me contaba que el cura de su parroquia “la había echado”. Así me trasmitió la conversación: “Fuimos para decirle esto. Y el cura saltó como un escopetazo y nos dijo aquello. Y se fue. Y nos dejó. Y ¡cómo no sería!, que uno que estaba por allí nos dijo que…”.

En fin, un incidente, según su versión, muy poco afortunado. Pensé: “Por Dios, ¡qué de trabas en el camino!”. Pero justo en ese instante también se me vino a la mente un pensamiento en off: “¿Cuánto rezáis por los curas?”.

Las cosas siempre son mitad quien las dice, mitad quien las oye. Sólo conozco la versión de mi amiga, por lo que no voy a valorar el incidente (y, además, a mí nadie me ha dado “vela” en este entierro). Pero me cuesta creer que una respuesta tal de parte del sacerdote (desafortunada o no) no responda a un exceso de celo pastoral o a un afán de que los sacramentos recuperen su sentido profundo. Eso sí, quizás expresado con demasiada ironía o con un sarcasmo poco medido.

Lo cierto y verdad es que mi amiga se sintió molesta y “echada de la parroquia”. Reflexionaba yo sobre el asunto, que los curas son como cualquier hijo de vecino. Los hay simpáticos y antipáticos; bondadosos y pragmáticos; sencillos e irónicos. Y sin embargo, todos ellos han sido elegidos personalmente por nuestro Señor. Todos y cada uno seleccionados por Dios, por caminos diversos, para el ministerio sacerdotal. Y el sacramento del Orden no cambia su personalidad.

Pero a Dios no se le escapa ningún detalle. Ni siquiera ese “detallito” del mal carácter de algún cura. Por eso, cuando el Señor eligió a este hombre para ser presbítero, aun con este carácter hosco, será por algo. A lo mejor, es precisamente ese carácter el que necesitará para tal o cual destino adonde sea enviado.

San Pío de Pietrelcina también daba contestaciones irónicas y se enfadaba cuando le hacían perder el tiempo. El mismo Jesucristo Nuestro Señor pudo también resultar desagradable a los comerciantes cuando les volcó las mesas en el Templo y les llamó bandidos. Quizá no sea siempre acertado identificar al “buen sacerdote” con lo que nosotros entendemos por ser “buena gente.”

El pensamiento en off que se me vino a la mente me ha hecho caer en la cuenta de que tengo muy abandonados de la oración a nuestros sacerdotes. Y es algo que debemos cambiar. Porque ellos deben celar por la honra y gloria de Dios, aumentar nuestra fe, sostener a la Iglesia, predicar la doctrina, defender la causa del Señor, contrarrestar los errores, sostener la verdad, dirigir nuestras almas, procurar que mejoremos las costumbre y que desterremos los vicios, iluminar el mundo enseñando las riquezas del Corazón de Cristo y de su Divina Misericordia, hacernos amar al Espíritu Santo… Una tarea a todas luces imposible si les falta la gracia, que los fieles debemos pedir para ellos.

Respecto al incidente de mi amiga, lo mejor es dejar a Dios que sea Dios. Él lleva la historia de salvación particular de cada uno tejida con sus propios mimbres. Él sabe lo que se hace. Y, en cualquier caso, nosotros creemos en Jesucristo, no en los sacerdotes. Ellos son instrumentos elegidos por Él, frágiles en ocasiones, pero muy necesarios.

Concédenos Señor muchos y santos sacerdotes.

Irene Mª Soto Noguero
Licenciada en Ciencias Religiosas

 

 

 

 

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