Nuestro Señor Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote (A)

Lectura del santo evangelio según San Mateo (26, 36-42)

Entonces Jesús fue con ellos a un huerto, llamado Getsemaní, y dijo a los discípulos: «Sentaos aquí, mientras voy allá a orar». Y llevándose a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, empezó a sentir tristeza y angustia. Entonces les dijo: «Mi alma está triste hasta la muerte; quedaos aquí y velad conmigo». Y adelantándose un poco cayó rostro en tierra y oraba diciendo: «Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz. Pero no se haga como yo quiero, sino como quieres tú». Y volvió a los discípulos y los encontró dormidos. Dijo a Pedro: «¿No habéis podido velar una hora conmigo? Velad y orad para no caer en la tentación, pues el espíritu está pronto, pero la carne es débil». De nuevo se apartó por segunda vez y oraba diciendo: «Padre mío, si este cáliz no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad».

Comentario

Que se haga tu voluntad

Este primer jueves de Pentecostés, la Iglesia española celebra la festividad de Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote. En la diócesis de Sevilla, además, es la fecha elegida por el arzobispo, monseñor Asenjo, para un funeral por el eterno descanso de las almas de los fallecidos en la presente pandemia de coronavirus. El Evangelio de la jornada nos invita a orar sin desmayo, como el mismo Jesucristo oró en Getsemaní en la hora que antecedió a su prendimiento. «Mi alma está triste hasta la muerte; quedaos aquí y velad conmigo», que escuchamos en la proclamación del Evangelio es algo más que una simple invitación a compartir la profunda pena que nos embarga por las irreparables pérdidas de vidas humanas de estos meses. Es Jesucristo, sacerdote, el que encabeza nuestra plegaria de hoy, orando insistentemente al Padre, para aceptar su voluntad, aunque nos parezca extraña o difícil de aceptar. Seguro que los familiares de las víctimas de esta epidemia encontrarán consuelo y saldrán reconfortados sabiendo que es la oración de la Iglesia entera la que sostiene su duelo por los seres queridos muertos. Y a la cabeza de su Iglesia, Jesucristo, Sumo y Eterno sacerdote. 

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