Gravity

Nadie me enseñó a rezar

Alfonso Cuarón (México D. F., 1961) puede hacer historia en la próxima entrega de los premios Óscar con Roma, su última película, estrenada directamente en Netflix el pasado diciembre y candidata a 10 estatuillas. No cabe duda de que Cuarón es un gran director. Más: es un artista. Y con los artistas ocurre que algunas de sus producciones superan para bien sus propias intenciones. Como si no pudieran controlar su genio creativo. Un ejemplo de este talento quedó bien patente en Gravity, una cinta de 2013 a la que dedicamos estas líneas.

Ganadora de 7 Óscares, incluyendo el correspondiente a Mejor Director, Gravity es una vertiginosa Aventura Espacial (sí, con mayúsculas), un poema visual, un alarde técnico, una intensa experiencia sensorial y una metáfora de la vida. Todo a la vez. Partiendo de un sencillo argumento, Alfonso Cuarón y su hijo Jonás firmaron un guión con un atractivo enfoque antropológico, al subrayar la importancia de las actitudes de los personajes por encima de sus condiciones y sus circunstancias. Al ajustadísimo montaje de poco más de hora y media se sumó una espléndida fotografía de Enmanuel Lubezki, justamente premiado con el Óscar.

Gravity comienza con un magistral plano secuencia a modo de coreografía, donde el astronauta Matt Kowalski (George Clooney) y la ingeniera médica Ryan Stone (una sorprendente Sandra Bullock) intentan arreglar una avería en la estación espacial. Él es un optimista “empedernido”; ella, un mujer marcada por el dolor de una pérdida. Un accidente los dejará a la deriva en la inmensidad del espacio, donde reina el silencio.

En el libreto de los Cuarón no hay grandes parlamentos, ni introducción de personajes, ni disquisiciones tipo Kubrick. El predominio de lo visual y simbólico es tan apabullante que no tienen reparo en ceder a una cierta convencionalidad emocional. Los temas de fondo sólo se apuntan, pero no dejan de ser interesantes: la belleza de la Creación, el valor de la maternidad, el anhelo de un Más Allá que colme las ansias de felicidad del ser humano, la generosidad hasta el heroísmo, la necesidad de renacer humana y espiritualmente…“Ni siquiera sé rezar. Nadie me enseñó a hacerlo”, se lamenta la doctora Stone, y su queja suena como aviso a una sociedad materialista.

Gravity es una película brillante, formalmente innovadora, realizada con un gusto exquisito y muy entretenida. Sin resultar muy profunda, consigue insuflar aliento épico en el espectador, al que se advierte que “quien no arriesga, no gana”.

Juan Jesús de Cózar

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