LA PACIENCIA DE DIOS

 
 
¡Cuántas veces nos olvidamos de Dios y no le somos fieles! Con nuestros pecados, nuestros desánimos, falta de esperanza, de caridad….
 
Muchas veces lo experimentamos en la propia familia, parece que con los más cercanos tenemos menos paciencia y fallamos  más.
 
Aguantamos “lo que nos echen” de nuestro jefe, pero no de alguien de nuestra familia…
Dios no se cansa de perdonar. Él tiene infinita paciencia con cada uno de nosotros.
 
 Cuando le fallamos, siempre nos acoge una y otra vez. Nunca le oímos palabras de desprecio,  de condena… Sólo palabras de amor, de misericordia que nos invitan a la conversión.  Recordemos el evangelio de la mujer adúltera (“Tampoco yo te condeno, vete y no peques más”)
 
Si tuviésemos un poquito de misericordia con nosotros y con  los que tenemos más cerca, sin juzgarles, sólo siguiendo el ejemplo de Dios, el mundo sería mejor. Pero nos cansamos de pedir perdón y perdonar y ¡Él no se cansa nunca de perdonar! 
 
Tenemos que aprender de Él a soportar los sufrimientos con paciencia y esperanza. Creo que sería una bonita forma de empezar el Adviento
 
¡¡¡Pongámonos a ello!!! En nuestras familias, con nuestros hermanos, así transmitiremos más con nuestro testimonio que “con bellas palabras”.
 
Mantenernos en el amor de Dios pase lo que pase, es el  mejor gesto de paciencia que podemos tener, sabiendo que Él no nos abandona nunca ante las pruebas que vamos teniendo en nuestras vidas.
 
Debemos tener siempre como modelo a la Familia de Nazaret y el ejemplo de vida paciente de María.
 
 “Los creyentes debemos esforzarnos en entrar en el reposo de Dios” (Heb 3, 7-11).
 
Dios, con las Bienaventuranzas, nos plantea un “programa de vida”, unas pautas para el comportamiento del cristiano. Sólo quien las sigue, quien es paciente, tiene la promesa de ser feliz.