Hermandades, caridad y cambio social

 

5652No me atrevo a presentar como conclusiones definitivas lo que no pasan de ser comentarios con los responsables de Caridad de algunas hermandades, sin más criterio de selección que el de coincidir con ellos en algún acto.

A partir de esos comentarios  apreciamos  un ligero cambio de tendencia en las necesidades de las personas que solicitan ayuda a las hermandades:

 

 

  • La entrega de alimentos sigue siendo importante, aunque quizá el incremento de estas  peticiones, hasta hace poco continuo y acusado, se  ha ralentizado. Aquí podemos incluir también los economatos y los comedores sociales, que siguen la misma tendencia.
  • Las ayudas para pagos de recibos: luz, agua, alquileres, hipotecas, etc., se mantienen. No aumentan; pero tampoco disminuyen.
  • Las labores asistenciales más singulares  que realizan algunas hermandades se siguen prestando con la misma eficacia y eficiencia, asistiendo al mismo número de personas que en años anteriores –especialmente niños-, o incluso algunos más.

Estas impresiones –no me atrevo a llamarlas datos empíricos-  sugieren que el nivel de necesidades  se mantiene alto; pero va tocando techo. La crisis va remitiendo, si bien los colectivos con bajo nivel de formación tardan más en percibir la recuperación económica.

Es el momento de preguntarse por  el papel que han jugado  las hermandades en estos años tan duros y el que han de jugar a partir de ahora. Partimos de la base que la misión de las hermandades  no es remediar la pobreza, ni incidir en los modelos sociales o económicos. Las hermandades no son agentes de cambio social, sino de caridad cristiana. La finalidad de las hermandades no es influir  en la economía, sino vivir la  caridad. Si bien la  caridad, como principio social, es la contribución más importante del humanismo cristiano a la sociedad. Los  grandes principios de la doctrina social católica: la justicia, la dignidad humana, la solidaridad y la subsidiariedad, se ven alentados  por la fuerza  rotunda  de la caridad.

Cabría pensar si a partir de ahora  las hermandades han de modificar sus criterios de actuación en Caridad. Alguna sugerencia ofrecía hace unos días el Presidente de Cáritas Andalucía cuando criticaba «la cultura de la ayuda social». Argumentaba que «hay una parte muy importante de población que está instalada culturalmente  en la ayuda. Gente a las que hemos  enseñado que la vida es ayudas».

Según esto la misión de las hermandades no es sólo dar, sino que alguien reciba de modo eficaz, ayudándole no sólo a atender sus necesidades inmediatas sino a que pueda resolver definitivamente su situación. Eso supone  animar a las Comisiones de Caridad a estudiar y verificar la aplicación y el impacto de los recursos recibidos de los hermanos y entregados  a los diferentes asistidos.

La fe cristiana tiene una dimensión social, en las hermandades también. Hoy la cuestión social se ha convertido radicalmente en una cuestión antropológica –como decía Benedicto XVI y ha ratificado el Papa Francisco-. Desde esta perspectiva podemos decir que la  caridad como principio social es la contribución más importante del humanismo cristiano a la sociedad.  Las ayudas son imprescindibles; pero junto con ellas es necesaria la redefinición de los modelos culturales.

La recuperación económica no se producirá sólo por medidas estrictamente económicas, sino por una vuelta a los valores de la cultura europea, que coinciden con los  valores cristianos. Ése es precisamente el sentido de la nueva evangelización,  el  primer paso en el proceso de transformación cultural de la economía, y ahí tienen mucho que decir las hermandades y especialmente Comisiones de Caridad de las hermandades que ven así ampliadas sus funciones, no reducidas a tareas asistenciales, sino destinadas a ser creadoras de cultura, una cultura generadora de libertad, también en lo económico.

Es un planteamiento exigente, a la altura de las hermandades. Volveremos sobre él, concretándolo.