HERMANOS, NO USUARIOS

 

oficina del inem en ramon y cajal /Está por hacer un estudio riguroso de las motivaciones que llevan a los hermanos, o a sus padres, a inscribirse en una determinada Hermandad y a permanecer en ella a lo largo de los años.

Según un reciente estudio aún no publicado (me refiero al nuevo “Informe sobre la Caridad en las Hermandades de Sevilla”, ya en imprenta), sólo en Sevilla las Hermandades de la ciudad cuentan con una nómina total de 227.307 hermanos, aunque muchos pertenecen a más de una Hermandad. El número de  bajas voluntarias es, además, muy escaso; la fidelidad en la permanencia es alta.

Algunos datos de interés: mientras que en los dos últimos años la población de Sevilla ha disminuido en un 0,4%53, el número de hermanos en el total de hermandades ha aumentado en un 3,3%. Aumenta pues el número de personas adscritas a hermandades en nuestra ciudad, en términos absolutos y también porcentuales, lo que indica que el crecimiento no viene sólo por los recién nacidos, a los que sus padres inscriben como hermanos al nacer en la Hermandad de la familia, sino también por la decisión de personas adultas de incorporarse a una Hermandad.

A la vista de estos datos me atrevo a aventurar algunas conclusiones sin datos estadísticos, por simple observación. En un amplio porcentaje los nuevos hermanos se inscriben en la  Hermandad por razones sentimentales: es la cofradía de mi barrio, mi pueblo, mi familia o  la familia de mi cónyuge. Forma parte de mi memoria sentimental: ante los titulares se casaron mis padres,  me casé yo, o se bautizaron mis hijos. Otras veces es la forma de seguir vinculado a mi barrio, en el que nací,  a mi pueblo, aunque hoy viva en una urbanización de las afueras o en otra ciudad,  por Semana Santa vuelvo a mis raíces y me reencuentro con mis calles y el paisaje de mi infancia. Eso justifica mi pertenencia. En ocasiones es la seña de identidad de mi barrio: soy de tal barrio y, en consecuencia, soy de su Hermandad, tengo que asumir todos los atributos que reafirman mi identidad con el barrio.

El hermano recibe de su Hermandad el Boletín de la misma, crónica de los actos celebrados en las que se siempre se reconoce a alguien en las fotos; la posibilidad de asistir a la Función Principal, en la que se despliega la Hermandad en su esplendor litúrgico;  ir con los hijos pequeños a la protestación de Fe, y la  oportunidad de salir de nazareno (si el tiempo no lo impide).

¿Todo bien? No me atrevería a asegurarlo. La fidelidad basada en sentimientos es débil, el vínculo que establece es muy frágil. No me  exige, no me compromete, no se actualiza en acciones o en comportamientos.

Una Hermandad es una asociación de fieles de la Iglesia Católica que tiene como finalidad promover el culto público, dar formación a sus hermanos, fomentar la Caridad en ellos y tratar de mejorar la sociedad con espíritu cristiano (es lo que dice el Código de Derecho Canónico). Lo  que la Hermandad tiene que aportar a los hermanos es mucho más que mantener una organización que sirva de refugio sentimental, cuando no de club social, a las familias allegadas a  la misma.

Vemos Hermandades aglutinadas sólo en torno a los vínculos sentimentales, débiles por naturaleza, que se establecen entre el ente abstracto y el hermano, o entre la advocación y el hermano, pero que no se encarnan en las personas.  Sólo con ese no es suficiente. No es propio de una  persona madura guiarse sólo por lo sentimientos, sin utilizar la inteligencia ni la voluntad. La Hermandad no debe  colaborar con ese juego, lo suyo es  pasión por dar doctrina, por mejorar a los hermanos, por acercarlos a Cristo y a su Madre, representados en las advocaciones que titulan a la Hermandad.

Eso es conseguir que los hermanos dejen de “estar apuntados” y pasen a mejorar como cristianos en su trato con la Hermandad. Pasar de ser usuarios a ser hermanos.