Jueves de la 31ª semana del Tiempo Ordinario (C)

Lectura del santo Evangelio según Lucas (15, 1-10)

Solían acercarse a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: «Ese acoge a los pecadores y come con ellos».

Jesús les dijo esta parábola: «¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas y pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y, al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos, y les dice: “¡Alegraos conmigo!, he encontrado la oveja que se me había perdido”. Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse».

«O ¿qué mujer que tiene diez monedas, si se le pierde una, no enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, reúne a las amigas y a las vecinas y les dice: “¡Alegraos conmigo!, he encontrado la moneda que se me había perdido”. Os digo que la misma alegría tendrán los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta».

Comentario

He encontrado la oveja que se me había perdido

Son tres las parábolas con que el evangelista Lucas presenta al Dios misericordioso que viene a quebrar la imagen del Dios intransigente del antiguo Israel. En la liturgia de hoy, la Iglesia nos presenta dos de estas parábolas: la oveja descarriada y la moneda perdida. Y no se entretiene el autor en relatar los detalles del extravío, ni siquiera de la búsqueda, que suponemos llena de zozobra porque nosotros mismos la hemos experimentado multitud de ocasiones. No, el acento lo pone en la alegría, en el gozo irrefrenable de haber encontrado la oveja que se me había perdido y haber dado con el paradero de la moneda extraviada. Lo repite hasta cuatro veces en la perícopa. Alegría de quien recobra lo que había perdido que nos permite extrapolar la alegría del Padre misericordioso cuando un hijo suyo, tan querido como el que más, vuelve a su lado. Frente a ese contento, al inicio del pasaje, la actitud grave y escrutadora de quienes han condenado de antemano a publicanos y pecadores y no les dan una segunda oportunidad. ¿Y tú, concedes una nueva oportunidad a quien te ha herido?

 

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