San Carlos Borromeo, obispo (C)

Lectura del santo Evangelio según Lucas (16, 1-8)

Decía también a sus discípulos: «Un hombre rico tenía un administrador, a quien acusaron ante él de derrochar sus bienes. Entonces lo llamó y le dijo: “¿Qué es eso que estoy oyendo de ti? Dame cuenta de tu administración, porque en adelante no podrás seguir administrando”. El administrador se puso a decir para sí: “¿Qué voy a hacer, pues mi señor me quita la administración? Para cavar no tengo fuerzas; mendigar me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer para que, cuando me echen de la administración, encuentre quien me reciba en su casa”. Fue llamando uno a uno a los deudores de su amo y dijo al primero: “¿Cuánto debes a mi amo?”. Este respondió: “Cien barriles de aceite”. Él le dijo: “Toma tu recibo; aprisa, siéntate y escribe cincuenta”. Luego dijo a otro: “Y tú, ¿cuánto debes?”. Él dijo: “Cien fanegas de trigo”. Le dice: “Toma tu recibo y escribe ochenta”. Y el amo alabó al administrador injusto, porque había actuado con astucia. Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su propia gente que los hijos de la luz».

Comentario

Son más astutos que los hijos de la luz

No hay escándalo en este pasaje del Evangelio si se examina con atención. Jesús no nos está proponiendo como modelo a un administrador infiel que con artimañas se granjea la estima de los deudores de su dueño para sobrevivir. Esa sería una lectura superficial. En el capítulo 16 del evangelista Lucas, la idea en torno a la que gira es muy simple: el amor al dinero contrapuesto a la apetencia por las cosas del cielo. La primera lectura de San Pablo a los filipenses incide en esto mismo. Así que lo que Jesús desea desatar en el corazón de quienes escuchan y acogen su Palabra es una apetencia de la visión eterna del rostro de Dios que salte por encima de todo, en primer lugar, de las cosas terrenas a las que ponemos precio para intercambiarlas en el mercado. Pero el gozo celestial no tiene precio porque no se puede comprar ni vender, corresponde a cada uno según la gracia que Dios disponga para él. Eso sí, en nuestra mano está desplegar la misma astucia y la misma osadía que emplearíamos -como el administrador infiel- para conseguir lo que deseamos aquí en la tierra. Ese es el verdadero sentido del pasaje: ingéniatelas como puedas para ver realizado el deseo inextinguible de estar con Dios por toda la eternidad.

 

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