SANTOS JOAQUÍN y ANA, padres de la bienaventurada Virgen María, memoria obligatoria

Lectura del santo Evangelio según san Mateo (13, 1-9)

Aquel día salió Jesús de casa y se sentó junto al mar. Y acudió a él tanta gente que tuvo que subirse a una barca; se sentó y toda la gente se quedó de pie en la orilla. Les habló muchas cosas en parábolas:

«Salió el sembrador a sembrar. Al sembrar, una parte cayó al borde del camino; vinieron los pájaros y se la comieron. Otra parte cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra, y como la tierra no era profunda brotó enseguida; pero en cuanto salió el sol, se abrasó y por falta de raíz se secó. Otra cayó entre abrojos, que crecieron y la ahogaron. Otra cayó en tierra buena y dio fruto: una, ciento; otra, sesenta; otra, treinta. El que tenga oídos que oiga».

Cayó en tierra buena y dio fruto

La parábola del sembrador inaugura la colección de parábolas del Reino recopiladas por el evangelista Mateo para dar una explicación del Reino de Dios en la tierra, esa inefable presencia a la que sólo somos capaces de acercarnos mediante aproximaciones e imágenes sugerentes como esta de la siembra. Jesús es el sembrador de la semilla del Reino contenida en la Buena Nueva y nosotros somos el campo donde cae esa sementera: caben todas las actitudes, desde la cerrazón completa que hace inútil la siembra hasta la tierra buena donde germina y da fruto abundante, una exageración desmedida con los porcentajes que se presentan en el Evangelio. El caso es que nosotros somos alternativamente tierra fértil o pedregosa o ahogada de zarzas en nuestra vida: no siempre cala igual el mensaje de Jesús en nosotros. Es más, también estamos hechos de una mezcla de suelos en un momento dado: hay palabras que nos caen al borde y ni nos preocupamos en escuchar y otras, por misterio divino de la acción del Espíritu, entran hasta el fondo de nuestra alma y nos conmueven hasta dar fruto abundante.

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